Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

Navidad en la residencia

Muchos sevillanos tratarán de recrear una atmósfera lo más doméstica posible en habitaciones asépticas

Una residencia de mayores es un universo donde pocas cosas escapan de la regla, la estricta observación, la vigilancia. Todo está pautado, los días se suceden lentos y los residentes a menudo no tienen quien les sirva de coartada para aventurarse a hacer algo distinto. Bajar al patio por una pequeña rampa, por ejemplo, puede ser toda una gesta si no hay quien empuje el carro de ruedas o aguarde con mano firme que se le confíen las muletas. En las residencias con jardín los espacios abiertos brindan cierto dinamismo y sensación de libertad pero no son frecuentes en el centro y por eso valoro tanto las que, con unos cuantos arriates y terrazas, procuran crear zonas verdes y amables donde la rosa amarilla que un nieto trajo a su abuela pueda echar raíz y volver a florecer al comienzo del invierno.

Mientras buena parte de la ciudad se lanza a las calles buscando regalos, otros sevillanos cogen el camino de las residencias y los geriátricos para ver a sus seres queridos y tratar de recrear una atmósfera lo más doméstica posible en habitaciones asépticas.

Emocionan las hermanas aún autosuficientes que deciden acompañar a la menos autónoma en esta etapa de la vida y cómo esa fraternidad se expresa en las ropas parecidas que visten en el dormitorio que comparten como cuando eran niñas. Duelen las parejas separadas a la hora del almuerzo por los dos comedores que dividen a quienes pueden y ya no pueden comer por sí mismos. Asombra que haya turnos llenos en las clases de pintura e idiomas. Y alegra que la amistad y el amor no se queden fuera de estos muros y surjan nuevos vínculos capaces de rellenar las oquedades que en la memoria dejan las demencias.

Conforme pasa el tiempo el residente acepta que la vida del exterior sólo va a llegarle como un eco débil a través de las visitas. Y curiosamente una de las instituciones que más echan de menos es la peluquería. Los jóvenes y cuantos perdemos el tiempo mirando las pantallas no sabemos valorar cuánto hace la charla de un buen peluquero por la salud integral y no sólo la capilar.

Marta Sanz fabula en su libro Retablo, ilustrado por Fernando Vicente y publicado en Páginas de Espuma, sobre la fragilidad de las mujeres mayores que viven solas y los lazos solidarios y hasta rebeldes que establecen cuando se unen. A mujeres así se las puede ver estos días en la peluquería de esta céntrica residencia, disfrutando del privilegio de sentirse elegantes para las fiestas de Navidad, refrescando una ilusión que no ha marchitado la ausencia de los hijos que no encuentran tiempo para la visita. Mujeres que se aferran a la alegría y cantan por lo bajini la letra de Quintero, León y Quiroga que antes Bambino y ahora Rocío Márquez han entonado, "qué pena vida mía que nos tengamos que morir".

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