Nostalgia como ideología

Esa añoranza no se basa en lo que realmente sucedió, sino en lo que creemos que sucedió

Comienza el otoño y nos ponemos a tiro de nostalgias, de sentimientos apenados por la lejanía o ausencia de alguien o de algo querido. Aunque en nuestra tierra aún brilla lo suficiente el sol como para que objetivamente deberíamos retrasar esas sensaciones. Pero quién va a poner peros a la nostalgia que habita en nuestro fuero interno, ese material que los poetas manejan con sensibilidad, el canto a los días de la infancia o de las personas queridas ausentes. “Cantad, cantad con nostalgia en la verde llanura, la mucha amistad es fingida, el mucho amor mera locura”, escribió Shakespeare. Pero ese legítimo sentimiento en lo personal me parece menos justificado en lo colectivo cuando trata de establecer la nostalgia como juicio al presente, a las pérdidas de todo lo que para cada uno tenía valor, sean costumbres, ambientes, un vecindario o una arquitectura. En ese pleito el pasado siempre llevará las de ganar. Entre otras cosas porque creo que esa añoranza o evocación no se basa en lo que realmente sucedió, sino en lo que creemos que sucedió y muchas veces quisiéramos que hubiera sucedido.

Y cuando ese estado de ánimo personal se agita como banderín de enganche ideológico, me parece que ese grupo familiar o social que se coloca detrás de la bandera o la pancarta de la nostalgia corre, en mi opinión, el riesgo de quedar paralizado, convertirse en estatua de sal o terminar con tortícolis de tanto mirar atrás. Como dice otro poeta, Luis Alberto Ambroggio, “no se necesita prender velas al vacío ni mantener encendida una alabanza que alargue la nostalgia”.

Y esa sensación de poner velas a un altar en el que no hay nada, más que evocación y reminiscencia, es la que estamos viviendo en España desde los resultados de las últimas elecciones. Nos enfrentamos al espejo de los recuentos de votos, datos machaconamente reales al margen de las leyes electorales y vemos una imagen de país que puede no gustar, pero es lo que hay. Y de repente, surge la nostalgia del consenso de los años de la transición. ¿Pero de verdad hubo consenso más allá de los Pactos de la Moncloa? Muy poco más que esos meses entre las elecciones de junio de 1977 y la firma en octubre de unos acuerdos fértiles y trascendentes que resolvieron un difícil presente. Y los firmantes eran los partidos significativos resultados de las elecciones: Unión de Centro Democrático y Partido Socialista Obrero Español, los más representados en el Congreso, pero también el Partido Comunista de España, el Partido Socialista Popular, Convergencia Socialista de Cataluña, Federación Catalana del PSOE, Partido Nacionalista Vasco, Convergencia i Unió y Alianza Popular. Cuando se reclama el consenso de la transición, creo que en realidad lo que se pide es el acuerdo entre los dos grandes partidos actuales, el PP y el PSOE, olvidando el papel de los partidos nacionalistas en aquellos importantes momentos de nuestra historia. Entonces todos los dirigentes hicieron su trabajo, que lo hagan ahora también.

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