Cuando el Betis accedió a la marcha de Setién opiné que nuevamente la institución se metía en ese volver a empezar que tanto ha proliferado en su azarosa y centenaria historia. Plagado de un sinfín de kilómetros 0, el anhelado crecimiento que persigue el bético se ha hecho siempre indudablemente utópico y ahora estamos en una archirrepetida parrilla de salida a la que no es ajena la numerosa tropa que le acosa.

Cuando todo hacía indicar que con la llegada de savia nueva a su puente de mando iba a enderezarse indefinidamente su trayectoria, en el Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, ha surgido ese tiro en el pie que frena toda progresión. Sabíamos que con el cobro de una pieza llamada Setién no se acabarían los males que sabotean la entidad y, lamentablemente, el paso de los días, muy pocos, nos da la razón para rematar pensando que el Betis es un milagro.

Pero dentro de las muchas crisis que padeció y padece el club, ésta de ahora se presume cruenta. Y es que en el ojo de este tornado se encuentra un hombre que sigue siendo santo y seña de muchos béticos, una barbaridad de béticos que no olvidan lo mucho que aportó. El mejor entrenador de la vida bética en los últimos cuarenta años tuvo y tiene patente de corso, por lo que su caída puede tener nefastas consecuencias y abrir heridas que vamos a ver si se cierran alguna vez.

Una situación que combina el dolor por lo que el balear significa y la desesperanza en un futuro acorde con el potencial del club. La génesis de esta relación tan mal avenida está, sin ningún género de dudas, en el nulo respaldo que Setién tuvo por parte de la dirección deportiva. Tiene mala soldadura esta situación, sea cual sea el futuro de Serra, que no se sabe qué será peor, si dentro o fuera del Betis. Sea como sea en este nuevo descalzaperros quien pierde es el de siempre, el Betis.