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Luis Sánchez-Moliní

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Punkis e hidalgos

La moción de censura apuntala la percepción de Vox como un partido más cayetano que hidalgo

Ramón Tamames.

Ramón Tamames. / DS

RECIENTEMENTE, en los círculos digitales del pensamiento conservador y reaccionario (los que se autodenominan así sin eufemismos ridículos) tuvo éxito el lema “ser conservador es el nuevo punk”. Imagino que los creadores de la consigna, que se solía ilustrar con un retrato de Chesterton, buscaban lanzar un mensaje chocante y paradójico, un grito pegado al ordenador que llamase la atención. Sin embargo, era un error. Sobre todo porque vuelve a demostrar ese complejo de inferioridad que padece incluso la derecha más autoconsciente. El movimiento punk fue el claro ejemplo en Inglaterra del grado de degradación y embrutecimiento al que el capitalismo salvaje había llevado a la clase trabajadora; una caricatura absurda y degradada de lo que había sido el movimiento anarquista en Europa y su lucha por la emancipación de los desfavorecidos. En España, por su parte, el punk fue más bien un fenómeno protagonizado por los cachorros de las clases medias y acomodadas con ganas de epatar a monjas y ancianas. Reivindicarse como punki, y más si uno se tiene como un conservador, puede ser una boutade, pero poco más.

Lo punk fue a la izquierda lo que lo cayetano a la derecha. Al fin y al cabo, al igual que el punki nace de la degradación del anarquista, el cayetano es el resultado del rebajamiento del hidalgo en un mundo en el que ya apenas caben los viejos valores toledanos. La reivindicación de la hidalguía ha sido para la derecha clásica un código no escrito de conducta noble y desinteresada, como una especie de bushido ibérico que salva a sus miembros de ser meros agentes del capitalismo sin alma, carne de cañón de intereses que, realmente, les son completamente ajenos y perjudiciales. El lema al que antes hacíamos alusión hubiese sido mucho más acertado y auténtico si proclamase: “el conservadurismo es la nueva hidalguía”.

Tanto el punki como el cayetano tienen ese componente paródico e inofensivo que desactiva su verdadera peligrosidad política. Ayer, en estas mismas páginas, el profesor Víctor J. Vázquez, con su habitual lucidez, decía que la moción de censura que Vox está preparando contra Sánchez (y, de paso, contra el PP) corre el serio peligro de convertirse en una autoparodia. Por muy brillante que sea su currículum y con todos los respetos, presentar al añoso, belicoso y polemista Ramón Tamames como la salvación de España apuntala la percepción de Vox como un partido más cayetano que hidalgo, muñidor de estrategias extravagantes que poco o nada responden a la realidad española y sí a las batallitas de poder en el seno de la derecha.

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