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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Quema de libros en Canadá

88 años después de la quema nazi de libros, en Canadá se han quemado 5.000 libros y cómics políticamente incorrectos

El 10 de mayo de 1933 la Unión Alemana de Estudiantes quemó miles de libros en plazas -la de la Ópera de Berlín, presidida por Goebbels, fue retransmitida por radio-, estadios y patios de universidades en la llamada Acción contra el espíritu no alemán. Ardieron libros de Benjamin, Einstein, Freud, Heine, Kafka, Lessing, Mann, Musil, Remarque, Roth, Zweig, Gide, London, Hemingway o Bábel. Ni los infantiles se salvaron: entre otros fueron quemados los del popular Erich Kästner, autor del éxito internacional Emilio y los detectives, que presenció la quema y dejó constancia escrita: "En el año 1933 quemaron mis libros en la gran plaza al lado de la Ópera del Estado en presencia de un tal señor Goebbels... Triunfante, llamó por su nombre a veinticuatro escritores alemanes que debían ser simbólicamente borrados para siempre. Yo fui el único de ellos que se presentó en persona para asistir a esta farsa. Delante de la universidad, empotrado entre estudiantes con uniformes de las SA, la élite de la nación, vi como nuestros libros volaban hacia las temblorosas llamas... Un clima de funeral caía sobre la ciudad... Era repugnante".

88 años después en Canadá, por iniciativa del Consejo Escolar Católico Providence, se han quemado o destruido 5.000 libros y cómics -entre ellos de Lucky Lucke, Tintín o Asterix- para reconciliarse con las comunidades indígenas en lo que se ha llamado "ceremonia de purificación con llamas". Estas ceremonias se iniciaron en 2019 por iniciativa de Suzy Kies, copresidenta de la Comisión de Pueblos Aborígenes del Partido Liberal de Canadá y autoproclamada "guardiana del conocimiento aborigen" pese a que, como se ha demostrado, no tiene ningún antepasado autóctono: conocida la impostura acaba de dimitir "para no dañar a Justin Trudeau y su partido". Pero el daño está hecho. Auto de fe de Tintín y Asterix en Canadá, titulaba Le Monde anteayer.

Da igual que los libros los quemen inquisidores, nazis o indigenistas (no pocos, como la propia Kies, descendientes de colonos con mala conciencia), se trata de algo bárbaro e intolerable. Es conocida la frase de Heine que tan dramáticamente se cumplió en Alemania: "Se empieza quemando libros y se acaba quemando personas". A veces incluso se queman juntos, como hizo Calvino con Servet y sus libros. El Gobierno canadiense debería vacunar a sus ciudadanos con el Castellio contra Calvino de Zweig.

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