Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Reciclarse, o ya saben

Los ciclos afectan a todos los fenómenos naturales y artificiales -o sea, humanos-, y la vida de los seres vivos, de los productos o los sectores, e incluso la de un amor o de las tradiciones conocen fases típicas: nacimiento, crecimiento, madurez y declive. La quinta, en el peor de los casos, implica la muerte, la desaparición; en el mejor, el ciclo se renueva, o sea, el fenómeno se recicla, y la industria del automóvil, la moda de la minifalda o la quinoa, la pareja que entró en franco deterioro o la carrera de Rafa Nadal o Jordi Hurtado pueden conocer un nuevo esplendor, más acrisolado y sólido tras ser puesto a prueba por el tiempo y las costumbres.

El reciclado del plástico es una de las exigencias más acuciantes de la humanidad, que no de la Tierra, que nos sobrevivirá cuando un meteorito fulmine a nuestra especie, o seamos nosotros los que con nuestras pautas de producción y consumo nos inflijamos una escabechina que diezme la población del mundo, que así se reciclará por las bravas. No debemos poner mucha esperanza en un reciclaje virtuoso en este sentido: hay supermercados en los que venden ajos pelados en tabletas de plástico, y la monodosis, las tarteras de usar y tirar y el requetempaquetado lo invaden todo. No hay que irse a Asia para ver un mar de plástico: supe por un pescador que los hay apenas a dos kilómetros de las playas andaluzas, como tropas silenciosas que nos amenazan mientras nosotros clavamos la sombrilla. El hombre los crea y los plásticos se juntan. Y vuelven.

También las profesiones están obligadas a renovarse -redefinirse, diría un consultor- o, alternativamente, condenadas a la desaparición: está de moda decirlo sobre los taxistas, la tele tradicional y los tenderos de barrio, pero en esta semana de mayor o menor pasión no sólo hemos asistido a otro episodio del reciclado vigoroso del gusto por las procesiones en España, sino que ha caído en mis manos un libro (A. Oppenheimer, The robots are coming!) por el que supe que la automatización y el manejo del data -si usted aspira a consultor o hasta gurú, debe pronunciarlo deira- ha movido a grandes supermercados estadounidenses a vender servicios e informes jurídicos. No se trata de que el letrado vaya vestido a rayas llamativas, calce zuecos y lleve una chapita identificativa -"Amparo", "Jonatan"-. Es que no hay abogado de por medio, sino robots sin toga ninguna. Nada es inmutable siempre. No sólo Jordi Hurtado: usted y yo, tampoco. Aunque vivir es, también, hacerse el loco ante ese destino inexorable.

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