Selectividad perversa

La selectividad se ha convertido en un peligroso medio de generación de desigualdad

Recuerdo muy bien cuando comenzaron a celebrarse en España las pruebas de selectividad para el acceso a la Universidad porque entonces estudiaba yo y fue asunto muy discutido entre los estudiantes. Más bien de forma crítica porque la época, año 1975, lo era y porque entonces estas cosas preocupaban en una Universidad que no gozaba de autonomía, pero no estaba muerta. El argumento decisivo a favor, aunque escandalizaba que no se pudiera estudiar para lo que se tenía vocación o simplemente apeteciera, era la incapacidad del sistema universitario para absorber el crecimiento en cascada del número de alumnos en ciertos estudios. Desde hacía unos años se emitía en TVE, con éxito de los de entonces, la serie Centro médico, con el atractivo Chad Everett en el papel del irresistible cirujano doctor Gannon. Simplemente, las facultades de Medicina se encontraron en pocos años al borde del colapso. Había que seleccionar y más valía optar por un método público, común a toda España y relativamente transparente que dejar tema tan delicado y tentador en manos de decanos o rectores.

Hoy, casi cincuenta años después y como acaba de advertir José Manuel Cansino, catedrático de Economía, en un revelador artículo en El Debate, la selectividad o EBAU, que precisamente se celebra en estos días, se ha convertido en un peligroso y muy efectivo medio de generación de desigualdad entre los jóvenes españoles: “Aunque en España el distrito universitario es único (cada alumno aprobado puede solicitar plaza en cualquier universidad), existen diecisiete exámenes diferentes dependiendo de la autonomía de residencia”. Se ha podido demostrar un notable desnivel en la dificultad de las pruebas entre unas comunidades y otras, lo que naturalmente redunda en las calificaciones obtenidas por los examinados. Esas calificaciones permiten, sin embargo, a los que se beneficiaron de esa perversión del sistema, obtener plazas en las carreras apetecidas en las comunidades que exigieron más y calificaron peor.

¿Cómo esos padres, que literalmente se dejarían laminar por sus hijos, algunos de ellos capaces de agredir a un profesor por atreverse a catear a su niño, permiten sin el menor gesto de disgusto la existencia de un mecanismo que puede hundir las expectativas vocacionales y profesionales de un hijo por cuestión de milésimas? Un misterio más que avala la asombrosa docilidad de los españoles ante el poder, por injusto y absurdo que sea.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios