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Las Setas en un azulejo

Había algo que no funcionaba en aquel azulejo, que había tenido que ser rebajado al 50%

En una de las tiendecillas de recuerdos que existen frente a la Catedral, en la plaza de Virgen de los Reyes y junto al Monasterio de la Encarnación, me llamó la atención hace unos días unos azulejos de tamaño estándar que representaban al Metropol Parasol con el siguiente rótulo: Las Setas. Al pie del dibujo de la edificación, que surgía en un espacio urbano vacío, crecían naranjos y palmeras dignos de un oasis de los que debe haber en el paraíso sevillano, junto a una orla blanca con la palabra Sevilla y todo ello enmarcado por una cenefa de motivos azules y dorados. Sobre el azulejo una etiqueta grande tenía rotulada la expresión: -50%. Me fijé en los detalles para que no se me olvidaran y enseguida pensé que aquella sencilla pieza de cerámica encerraba una serie de mensajes dignos de analizar.

La idea de que frente a la Giralda se vendieran azulejos representado a las Setas, me parecía llamativo. Ante el icono máximo de Sevilla, la gran torre, se intentaban colocar las Setas, que es verdad que figuran ya en todos los reclamos de viajes como una de las referencias de nuestra ciudad. Quizás era para que si alguien había preferido, por economía de tiempo, visitar la Catedral, la Giralda y el Alcázar, se pudiera llevar una imagen de la otra edificación, sin tener que visitarla. Bien podía ser que al visitante les llamara la atención y recordara que debía visitarla. Pero había algo que no funcionaba en aquel azulejo, que finalmente había tenido que ser rebajado al 50%, para intentar venderlo. Posiblemente el discutido monumento, al menos en Sevilla porque parece que es bien aceptado fuera, pero indudablemente representativo de las últimas décadas, en un azulejo de formato íntimo y entroncado en nuestras tradiciones domésticas, enviaba un mensaje contradictorio.

Quizás no era el motivo representado y cómo se había plasmado sino el objeto en sí, el que había resultado poco atractivo. En un turismo de smartphone en que todos podemos llevarnos quizás centenares de imágenes del lugar visitado, la reproducción, siempre simplificada del azulejo, no era atractiva por no reflejar la complejidad de la edificación. Quizás no son tiempos para llevar a casa en la breve maleta con ruedas, azulejos y otras piezas frágiles. Quizás el regusto kitsch del objeto no se aprecia en el triple salto formal estético que comporta ir de vuelta, después de haber ido y vuelto media docena de veces a la estética sevillana, con su cenefa de azules y dorados. Quizás es agotar el Recuerdo de Sevilla, con origen remoto en los viajeros románticos que visitaban Venecia y que el ferrocarril trajo hasta nosotros con sus generosos baúles. En esos equipajes cabía un óleo mediano, al estilo de Cabral Bejarano o Domínguez Bécquer, que dieron de comer a tantos artistas y talleres desde el fin de siglo XIX a nuestros días. Hoy puede que baste con una docena de selfis y un par de imanes para la puerta del frigorífico como recuerdo sevillano.

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