PARECE con sólo asomarse al mundo que esta final de hoy en Gales la juega el Madrid y nadie más. La babosa hagiografía que todo este país pone al servicio de la causa madridista se preocupa de informar tan unilateralmente que da la impresión de que la final la juega un equipo español tan sólo. Y, por lo visto, tan descomunal aparato de propaganda ignora, o quiere ignorar, que el Sevilla del último decenio es un experto en ganar finales.

Únicamente dos Supercopas, una europea y otra doméstica, cedió el Sevilla de las muchas que libró desde aquella inolvidable de Eindhoven. En este tiempo sólo cedió dos, pero la primera no cuenta por las dolorosas circunstancias que le jugaron en contra. Aquella final de Supercopa europea con el Milan de Carlo Ancelotti la afrontó el Sevilla bajo la inconmensurable depresión que le supuso la muerte de Antonio Puerta, acaecida pocos días antes de la cita monegasca.

Ahora, otra vez Ancelotti en el camino del Sevilla y a esta cita llega el equipo de Unai pletórico, con las pilas atiborradas. Atiborradas de ilusión y con el físico por encima de su rival. En condiciones de normalidad, con un rodaje parejo, el favorito sería el Madrid, pues siempre el Madrid es favorito juegue contra el que sea. Sólo el Barça de Guardiola, incluso el de Tito, se le interponía, pero ese tiempo pasó y ahora vuelve a mirar a todos por encima del hombro.

Pero ese cóctel que forman la ilusión y el vigor debe equilibrar la balanza, sobre todo porque el Sevilla se ha convertido en un experto en finales que podría con otro tan experto como Casillas. El portero también es experto en finales, pero las estadísticas están para romperlas. Y el Sevilla está demostrando en este tiempo de laboratorio que los experimentos le salen y que está en condiciones de demostrar que no sólo juega también hoy en Cardiff sino que hasta puede ganar.