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Luis Sánchez-Moliní

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La Sevilla felina

Qué lejos todo de ese paisaje de huertas frescas que nos describe Gustavo Adolfo en 'La Venta de los Gatos'

El estado lamentable en el que se encuentra la Venta de los Gatos.

El estado lamentable en el que se encuentra la Venta de los Gatos. / Juan Carlos Muñoz

EN su librito Madrid, Luis Carandell fanfarronea al decir que “hasta hace unos años no había en el mundo ciudad más gatera que la capital de España”, pero hila fino cuando señala que la “sustitución del gato por el perro como animal de compañía es un fenómeno muy reciente”. En nuestra memoria, los gatos domésticos están íntimamente ligados a viejas de antaño, como doña María o señá Eusebia, rodeadas siempre de felinos negros de elegancia luciferina, a los que llamaban para la comida con unos extraños sonidos guturales que debían emerger del más profundo subconsciente de las tribus gomeras.

Sigamos con el opúsculo de Carandell. Hay un momento en que el gran periodista recuerda un palacio abandonado de la calle Prim, al que el pueblo de Madrid conocía como la Casa de los Gatos, tal era la gran cantidad de mininos salvajes y golfos que allí habitaban. Al leerlo fue imposible no evocar la Casa de las Sirenas antes de que el Plan Urban la convirtiese en el centro cívico de la Alameda, cuando era una especie de república independiente gatuna con problemas de superpoblación. Muy lejos quedaban los años de esplendor en los que José Laguillo, el que fuese director de El Liberal, recordaba que, en ese palacete, llamado entonces El Recreo, vivía la elegante y anciana Princesa Rattazzi, sobrina carnal de Napoleón.

Ya es raro ver grandes colonias de gatos como aquella de la Alameda. Quizás alguna como la que se congrega en el foso de la Universidad para deleite de turistas y nativos, que recuerda a esos reinos de monos que tienen por capital alguna ruina devorada por la selva. Pero eso no nos impedirá que reivindiquemos la condición felina de Sevilla. Pues si el madrileño Lope de Vega escribió el poema épico-burlesco La Gatomaquia, que narra el triángulo amoroso entre Marramaquiz, Micifuz y Zapaquilda, los Cantores de Híspalis, más partidarios de la monogamia, llevaron a su cénit la sevillana hortera y polinganera con su hit Micifuz se ha enamorado de la gata Robustiana. Grandes momentos de la cultura universal gatuna.

Todos estos disparates y humos de la memoria me los ha provocado la lectura del reportaje de Juan Parejo sobre el abandono por parte de las administraciones públicas de la Venta de los Gatos, lugar de memoria literaria y enclave becqueriano por excelencia, convertido hace ya años en una mera covacha, pintarrajeada y asediada por un urbanismo tan desmesurado como feo. Qué lejos todo de ese paisaje de huertas frescas, en la mitad del camino al convento de San Jerónimo, que nos describe Gustavo Adolfo en su famosa narración, justo antes de la construcción del cementerio de San Fernando. La Sevilla felina, como tantas otras, también sufre la desidia, la especulación y la degradación.

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