¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Mi Mi amigo Avner es judío y vive en Tel-Aviv. Nos vimos por allí el pasado febrero, camino de Jerusalén. Avner es un tipo amable, culto, sensato y con mucho sentido común. En cuanto supimos del ataque de Hamas, le llamé. Eran los primeros momentos y apenas conocíamos los detalles de tanto horror. Lo encontré muy preocupado. A cada rato –me decía– le estaban llegando noticias de muertes, desapariciones y secuestros de personas cercanas. Seguí con atención las informaciones que iban saliendo. Los medios se hacían eco de las primeras reacciones israelíes. Empezaron los bombardeos sobre Gaza y comenzaron las redes sociales a hacer su agosto, con comentarios, vídeos y fotos (falsos y verdaderos, ya saben, les cabe todo) Seguí contactando con Avner. Su tono de voz se ha ido volviendo, a cada llamada, más sombrío. Una sobrina estaba en el festival de música en el que los terroristas acribillaron a balazos a un numeroso grupo de jóvenes asistentes; no lograban comunicarse con ella y se temían lo peor. En la misma conversación me contó como uno de sus mejores amigos, un médico palestino residente en la Franja de Gaza, había muerto al estallar sobre su consulta una bomba israelí. Junto a él murieron también su esposa, que le ayudaba como enfermera, y varios pacientes. Su voz se quebró y, a este lado del teléfono, no encuentro palabras de alivio y consuelo para tanto horror. Mi amigo pertenece a un sector de la población israelí que defiende la necesidad de poner fin de una vez por todas al conflicto con Palestina, devolverles el territorio que le correspondía en el reparto que se hizo en 1947 y poder vivir todos en paz. Desgraciadamente no son mayoría, …pero no son pocos. Tratan de hacer oír su voz cada vez que pueden, a pesar de los ataques sistemáticos –contra ellos, sus familias, sus casas o sus negocios– de los que son objeto por parte de integrantes del sector judío ultraconservador, quienes –en palabras de mi amigo– defienden un mundo en el que solo caben ellos.
Hemos hablado por última vez hace un rato. Su sobrina ha aparecido entre los jóvenes asesinados en el festival. De nuevo, no logro encontrar palabras. Entre sollozos, me explica que está tratando de saber qué ha pasado con los dos hijos pequeños de su amigo Nasser, el médico palestino. Su corazón, como el de muchos más judíos de los que pudiéramos pensar, distingue perfectamente entre el pueblo palestino y los bestias de Hamas. Con apenas un hilo de voz me insiste: y lo peor aún está por llegar. Malditas sean las guerras, Avner, y malditos quienes las hacen. Shalom, amigo mío, Shalom.
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