Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Toros en la Polinesia Francesa

Vigorra y Pérez-Reverte hacen el paseíllo de las Letras con la Fiesta y los aguafiestas

No voy a volver a contar que la única vez que he ido a la Maestranza a ver una corrida de toros fue a una novillada para que Dennis Hopper me firmara un autógrafo en la portada de El amigo americano de Patricia Highsmith; tampoco les voy a aburrir con la historia del día que entrevisté a José Bergamín bajo el puente de Triana, en el Kiosko de las Flores; cuando le pedí que le dedicara a mi abuelo La música callada del toreo que escribió en tributo a Rafael de Paula, al preguntarme por su oficio y yo responderle que don Andrés Naranjo, testigo de la espantá de Cagancho en Almagro, era panadero, me dijo que por qué no había seguido sus pasos en lugar de dilapidar mi vida en los periódicos.

Valga esto para retratar mi tibieza taurina. Mi relación con los toros es como con la termodinámica o con la Polinesia Francesa: no es que no me gusten, es que no los entiendo. Y si confesara que no me gustan los toros, mucho menos me gustan los antitaurinos, que con su prohibicionismo sueñan con que algún día una España sin dehesas ni varilargueros se parezca más a la Polinesia Francesa que a la Iberia de Albéniz. Fiesta y aguafiestas.

Viene esto a cuento de las jornadas Toros sí, Toros no que coordinan Jesús Vigorra y Arturo Pérez-Reverte, que suena a mano a mano entre un diestro radiofónico y un jornalero de la pluma que se cortó la coleta de las guerras para hacer el paseíllo de las novelas con apellido de torero.

La genética de los toros es pura aritmética, estirpes de un tótem micénico que campa a sus anchas por la Baja Andalucía y los campos de la ruta de la Plata. La genética de los toreros es más imprevisible. Los programas del corazón están estos días pendientes de dos de esos afluentes: Miguel Bosé, ahijado de Picasso y de Visconti, hijo de Luis Miguel Dominguín, y Kiko Rivera, hijo de Paquirri, el marinero de luces de la canción que Perales le escribió a Isabel Pantoja para terminar de hacer el duelo.

Dominguín estaba en el cartel de la última corrida de Manolete la fatídica tarde del 29 de agosto de 1947. Casi cuatro décadas después, compartió con Antonio Ordóñez en el hotel Victoria de Ronda una charla sobre El verano sangriento, el libro de Hemingway del que ambos toreros eran protagonistas; al final del acto se sobrecogieron los corazones con la noticia de la muerte del Yiyo en la plaza de toros de Colmenar Viejo. El reencuentro de los toreros lo organizaba la Universidad Menéndez Pelayo. La misma que un año antes, la última semana de septiembre de 1984, trajo a Borges, Calvino y Torrente Ballester a Sevilla coincidiendo con la cogida de Paquirri en Pozoblanco. El yerno de Ordóñez.

La semana pasada asistía a una charla en la Facultad de Teología de Sevilla. La impartía una religiosa que encontraba a Dios en las páginas de El Señor de los Anillos de Tolkien. En un descanso, vi el mensaje de Vigorra con las jornadas. Pérez-Reverte y el torero Juan Antonio Ruiz Espartaco debaten esta tarde sobre Los toreros ¿creen en Dios? Está claro que no sólo estaba en los pucheros. Hay hasta un novillero salmantino que se llama Manuel Diosleguarde.

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