La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
DESDE el ecuador de la legislatura señalamos que el PP de Juanma Moreno había dado a su primera presidencia de la Junta de Andalucía un perfil chavesiano: un presidente muy institucional, situado en un pedestal como figura casi intocable, y dos personajes fuertes controlando el Gobierno y el partido. Esa fórmula de éxito mantuvo a Manuel Chaves como presidente autonómico andaluz más de 19 años, durante mucho tiempo con Gaspar Zarrías como hombre fuerte del Consejo de Gobierno y con Luis Pizarro al mando en la calle San Vicente.
A los andaluces, por tanto, no les ha costado nada entender esa lógica y apreciar que el modelo no sólo funciona sino que asegura las señas de identidad del autogobierno. Con ello, además, desmontaba el falso mito que si alguna vez la derecha gobernaba Andalucía se perderían los derechos conquistados.
El éxito arrollador de Moreno en estas elecciones del 19 junio arranca precisamente en esa forma de gobernar, aunque no sólo por eso. Las formas en una política crispada por la polarización y la gestión aceptable de un reto mayúsculo como la pandemia de Covid-19 terminaron por afianzarle no ya como el líder a batir, sino como el favorito de los andaluces.
Así, en tres años y medio, hemos pasado del desahuciado Juanma Moreno de la sobremesa de aquel histórico 2 de diciembre de 2018 –gestora incluida– al presidente triunfante que vuelve a tener una mayoría absoluta, tomando el relevo, cómo no, de la última que obtuvo Manuel Chaves en 2008, aunque con 56 escaños.
Para ello ha empleado con gran acierto otras dos máximas que le funcionaron a Chaves: ocupar la centralidad política, convirtiendo a su partido en eje de la Autonomía, y apelar al voto útil para no depender de los extremos, indeseados por la mayoría social de Andalucía. Pero, con la misma fórmula Moreno cambió ayer la historia. El autonomismo andaluz ya no es patrimonio exclusivo del PSOE-A.
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