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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La ciudad y los días

Carlos Colón

Victoria Sánchez Contreras

CUATRO años antes de que el 12 de febrero de 1936 fuera escondida en la casa de Antonio Román Villa en la calle Orfila, la Esperanza conoció otro refugio. Porque, aunque ahora se quiera reescribir la historia, la quema de iglesias no fue una acción incontrolada en respuesta al golpe de Estado del 18 de julio, sino que empezó casi a la par que la República. El mismo 14 de abril de 1931 un grupo de manifestantes celebró su llegada apedreando el monumento de la Inmaculada de la plaza del Triunfo. Entre el 10 y el 13 de mayo ardieron por toda España iglesias y conventos, siendo incendiados en Sevilla el Buen Suceso y la capillita de San José.

El 8 de abril de 1932 se incendió San Julián y se perdió la extraordinaria imagen de la Hiniesta dolorosa. Y es que tampoco es cierto que las quemas de iglesias del 32 fueran una reacción contra el golpe de Sanjurjo, que se produjo en agosto. Los concejales socialistas, por cierto, sostuvieron entonces que el incendio de San Julián fue accidental u obra de clérigos para culpar a la República; y que toda opinión en contra era cosa de "cavernícolas", "reaccionarios", "comadronas y chismorreo callejero". Como puede verse lo de la (des)memoria histórica nació mucho antes de Zapatero; y lo de la manipulación de los hechos no es sólo patrimonio de los franquistas.

Alarmados por el incendio de la vecina San Julián y por un intento frustrado de incendiar San Gil, los hermanos de la Macarena decidieron esconder a la Virgen en mayo de 1932. Como en esta Hermandad todo nace chiquito y de barrio para después hacerse grande y universal, el primer escondite que conoció la Macarena fue la modesta vivienda de la limpiadora de San Gil, en el número 31 de la calle Escoberos. Es sabido que la llevaron allí envuelta en unas mantas; que la mujer la depositó en su cama, durmiendo ella en el suelo; y que allí la Esperanza tuvo las mejores sayas que jamás haya tenido: las limpísimas sábanas oreadas en una azotea del barrio -cal, sol, añil- que hicieron cierto el poema de Juan Sierra: "En vino blanco, en romero, / en la cal de una fachada, / yo te pienso cuando quiero, / ¡lirio de la madrugada! / Allí en tu barrio guardada".

Como la Hermandad de la Macarena es, por sobre otra cosa, agradecida, la memoria de esta sencilla mujer del barrio nunca cayó en el olvido.

Hace pocos días, al cumplirse 50 años de su fallecimiento, se celebró en la Basílica, "en gratitud a su sacrificio", una misa por el eterno descanso de quien ahora goza de la presencia real de la Madre de Dios a cuya imagen más cierta dio posada en su casa. Se llamaba Victoria Sánchez Contreras

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