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La tribuna

Juan A. Estrada

Viernes Santo: la religión contra Dios

EN la liturgia del Viernes Santo anterior al Vaticano II se hablaba del pérfido pueblo judío, al que se culpabilizaba de la muerte de Jesús, y se pedía por su conversión. Hoy, con más perspectiva histórica y teológica, no sólo cuestionamos la identificación del pueblo judío con las personas concretas que condenaron a Jesús, sino que hay conciencia del papel que jugaron las autoridades romanas en su muerte. Culpar a las generaciones presentes de las atrocidades del pasado es injusto y también ineficaz, en cuanto que lo que ya ha ocurrido no se puede cambiar.

Hay, sin embargo, otro aspecto del que hoy somos conscientes y que puede tener mucha más actualidad. La muerte de Jesús fue causada por la religión a la que él pertenecía. Jesús quiso cambiar la religión judía, relativizó las normas religiosas (la ley, el sábado, las purificaciones y ayunos, etc) e impugnó la conducta de sus autoridades (sacerdotes, maestros de la ley y los fariseos, que eran los judíos más practicantes). Jesús fue un hereje y un perturbador de la religión. Los sacerdotes ponían todo el peso en lo que mandaba la ley religiosa, mientras que Jesús la relativizó en favor de las personas. Sobre todo, cuando era gente que lo pasaba mal, como le ocurría a los pobres, enfermos y pecadores, que eran mal vistos en una sociedad muy religiosa. Puso la religión al servicio del hombre y no al revés. Si la ley prohibía curar, o discriminaba a pecadores públicos o se presentaba como una norma intolerante, Jesús siempre se ponía de parte de las personas y en contra de las autoridades. Las acusaba, además, de cargar las espaldas de la gente con obligaciones y normas a las que se sustraían ellos mismos.

Las autoridades respondieron a esta doble impugnación con la descalificación en primer lugar, la hostilidad luego y finalmente el asesinato. El que siembra vientos, recoge tempestades. Jesús pagó porque se enfrentó a la religión y sus autoridades, y fue condenado por sacrílego e impío. El tribunal lo condenó a muerte y su abandono en la cruz fue, para ellos, la mejor señal de que era un falso profeta, porque Dios lo había abandonado. Luego proclamaron los cristianos que Dios estaba con él, con la víctima y no con sus verdugos. También, que la violencia religiosa había llevado a atentar contra el mismo hijo de Dios. La cruz pasó a ser el símbolo de la violencia sagrada: en nombre de Dios, se asesina al hombre. Y el crucificado del Gólgota fue el gran símbolo de las víctimas de las religiones. De ahí el anuncio del Viernes Santo, cada homicidio en nombre de Dios es un deicidio. La religión que mata atenta contra Dios y el celo por Dios es homicida. Es la perversión de la religión, que, en lugar de ser buena noticia y palabra de salvación, se convierte en agente de muerte. Este es también el mensaje del Viernes Santo.

El fanatismo religioso está vigente, como también su violencia. Se basa en leyes inflexibles y absolutas, en cuyo nombre se margina a las personas y se persigue a los increyentes, especialmente a los herejes y disidentes, como hace dos mil años. Es una patología autoritaria, que confunde a Dios con la propia visión del mundo y que llama enemigos de Dios a los que son simplemente críticos de la religión y de sus autoridades. En la religión hay un gran potencial de violencia, sobre todo cuando se exige algo "en nombre de Dios". Porque entonces no hay nada que pueda oponerse a la absolutez de las exigencias religiosas. Y siempre hay personas dispuestas a "defender" a Dios, cuando sienten amenazadas su moral, sus creencias o, simplemente, sus intereses. Por eso, el Viernes Santo sigue siendo actual y el antisemitismo forma parte de la patología religiosa de los cristianos. En Occidente no persiste hoy la violencia física, salvo casos excepcionales, sino que se canaliza mediante la difamación, la calumnia, y, si es posible, la descalificación profesional y ciudadana. En nombre del Dios crucificado, los supuestos discípulos de Jesús se vuelven entonces contra los demás, para defender su religión, con lo que se genera el odio, que vuelve a la gente homicida. No hay más que ver a personas "religiosas" cargadas de agresividad contra los "rojos, ateos, inmorales, etc"

Por eso el Viernes Santo debería hacernos reflexionar sobre la violencia de nuestra propia religión, si es que la tenemos. Y si no, sobre el potencial de agresividad y de muerte que se esconde detrás de cualquier sistema de creencias: morales, políticas, nacionalistas o simplemente sociales. Y es que la vigencia del mal estriba precisamente en pervertir los ideales y creencias más nobles. En nombre de Dios, de la patria, de la moral e incluso de los pobres, se pueden cometer las atrocidades mayores. Y esta patología es la que mató a Jesús el nazareno, y la que sigue generando el fanatismo religioso. Pasar de largo ante esto es ignorar los grandes interrogantes que plantea el Viernes Santo a todas las personas, en especial a las religiosas.

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