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Juan Ruesga Navarro

Ni Zaha ni Hadid

UNA de las noticias culturales de la pasada semana ha sido la muerte de la reconocida arquitecta Zaha Hadid cuando se encontraba en la plenitud de su creatividad. Edificios, exposiciones, planeamiento urbano, mobiliario, escenografías y joyas, además de cursos, conferencias, presentaciones y clases magistrales en las principales ciudades del mundo. Un derroche de energía y autoexigencia la han caracterizado en su carrera profesional, plena de reconocimientos y premios como el Premio Pritzker, por primera vez concedido a una mujer. Y siempre siguiendo una línea expresiva trazada con claridad desde sus primeros años de estudios en Londres. Roma, Bakú, Londres, Estrasburgo, Pekín y Seúl son algunas de las ciudades donde ha trabajado. También en Barcelona, Bilbao y Zaragoza. Y en Sevilla. Bueno, en Sevilla empezó el edificio de la Biblioteca Universitaria en el Prado de San Sebastián y cuando ya salía de cimientos, por razones administrativas, fue demolido. Cosa que la arquitecta nunca entendió. Pero, ¿quién lo entiende?

Siempre se ha dicho que nuestra ciudad es una dura madrastra con sus hijos a los que escatima los méritos hasta que vienen avalados por el reconocimiento de otros. Y celosa con las intervenciones de los de fuera, a los que siempre se cuestiona en primera instancia. En 1911 se recibió con cierto escepticismo, y alguna indignación, la noticia de que fuera un francés como Forestier el que venía a reorganizar el parque cedido por la infanta María Luisa. Fue decisiva la tenacidad del Conde de Colombí para que la obra se integrará en los planes de la Exposición: "Sevilla no busca este certamen con un sólo objetivo sino, además, como un pretexto, como una ocasión obligada para salir del quietismo en que vivimos y estimularnos para realizar el energético esfuerzo de preparar Sevilla, de transformar Sevilla". Y la del alcalde Antonio Halcón por su defensa de las obras contra los comentarios negativos sobre las talas de los árboles que se sucedieron esos años. Y eso que una y otra vez se demuestra lo que Sevilla debe a los que viniendo de fuera aportan lo mejor de su saber y hacer en esta ciudad. Como Pablo de Olavide que la quiso modernizar y enviamos a la Inquisición. Preferimos ignorar lo que debemos a personas ilustradas como Jovellanos. Y también olvidar que algunas figuras míticas sevillanas que nos identifican en el mundo son obra de foráneos. Como Zorrilla con su Don Juan Tenorio. Bizet con la Carmen. Y Rossini con Fígaro. Hay decenas de ejemplos. Seguro que está usted pensando en Ybarra y Bonaplata y la puesta en marcha de la Feria de Abril, para la que faltan pocas fechas.

A mí me hubiera gustado el Prado de San Sebastián con la Biblioteca derribada y con el edificio de oficinas municipal que le encargó el Ayuntamiento a Rafael Moneo y que fue cortado de raíz por la siguiente corporación para seguir con un solar después de años. Ya saben la historia del perro del hortelano. En Sevilla ni Zaha ni Hadid.

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