Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Hay una cosa muy razonable que ha planteado Sumar en su último rifirrafe con Pedro Sánchez: seguir así es alimentar a la derecha, dijeron los de Yolanda Díaz a cuenta de la falta de reacción de Sánchez ante los escándalos de corrupción y acoso sexual que se acumulan a su alrededor más próximo.
El presidente del Gobierno, conforme a su condición de líder impoluto y benemérito que nunca se equivoca, contestó desde Bruselas que no es el Ejecutivo el responsable de que Vox suba tanto en las encuestas, sino la derecha política y mediática (“derecha opinadora”, concretó) que estaría blanqueando a los ultras y ayudando a su crecimiento. Cualquier cosa antes que preguntarse por qué desde que él llegó a la Moncloa, hace más de siete años, Vox no ha dejado de crecer al compás de sus colegas europeos más asentados. ¿No le da qué pensar que la franja de edad en la que los ultras acreditan mejores expectativas electorales que los partidos tradicionales es la de los más jóvenes, que son los que sufren más intensamente los problemas de vivienda, precariedad laboral y salarios devorados por la inflación, y que algo deben estar haciendo mal los gobernantes responsables de estas políticas?
Tengo algunas otras pegas que objetar a las excusas de Pedro Sánchez sobre la responsabilidad en el auge de Vox. Una, su papel fundamental en el impulso a la polarización política y la dialéctica del amigo/enemigo que divide a los ciudadanos por un muro infranqueable en el que los fanáticos se alzan siempre con la voz cantante. Dos, que su política de ocupación clientelar de las instituciones, los ataques a la Justicia envueltos en aparente defensa de los jueces –según cuáles– y la pasividad, tardanza o escaqueo a la hora de afrontar sus escándalos de corrupción y abuso configuran un territorio abonado para el rechazo y la desestabilización del sistema, ideal para la prédicas nostálgicas y las ideologías extremistas que se siguen expandiendo. Tres, que toma por tontos a los votantes, al vender la moto de que aquellos ciudadanos que dejan de votar a la izquierda a la que casi antes veneraban para irse con Vox lo hacen no por reflexión propia, sino porque el Partido Popular blanquea a los extremistas al pactar de vez en cuando con ellos –aunque casi siempre acaban mal– y algunos opinadores les dan cancha.
No son tontos, sino gentes que expresan distintos malestares reales con el funcionamiento del país. Y del Gobierno.
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