Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Borra, borra eso
DESDE los tiempos de Larra el periodismo español siempre ha sido peleón y literario. Tanto que, en la España romántica, apenas se distinguía entre ser periodista, escritor y político. Eso del periodismo objetivo y universitario fue un invento anglo que nunca nos salió muy bien. Este rasgo identitario de nuestra industria mediática ha vuelto a vivir un tiempo de esplendor con la prensa digital. Nuestro ecosistema editorial en internet vuelve a tener un aire isabelino, con periódicos claramente identificados políticamente y más columnas de opinión que noticias. Los motivos no son sólo ideológicos, sino que también tienen una clara dimensión económica: informar es caro, opinar es barato. Hacer buenas noticias, reportajes o entrevistas requiere de una plantilla con experiencia y talento, pagar nóminas, mantener abierta una redacción de muchos metros cuadrados. El columnista, por lo general, suele ser un colaborador externo al que se le paga por pieza. Y digo esto desde la convicción de la brillantez del articulismo español, de su actual brío. En los periódicos de hoy se lee muy buena prosa.
Hasta ahora todo esto se ha llevado con naturalidad o, al menos, con resignación. Tantos los medios de derechas como los de izquierdas jugaban sus cartas y se acabó. Por mucho que el relato idealizado diga lo contrario, los periódicos de ámbito nacional (la prensa local y regional es otra historia) son parte de la batalla política, social y económica. Siempre lo fueron y siempre lo serán. Eso no significa que incumplan los principios deontológicos del periodismo. La actualidad, como la historia, está sometida a interpretaciones muy diversas (por mucho que algunos quieran fijar una versión única y oficial), y esto debe verse reflejado en la oferta mediática. Otra cosa son algunas webs (muy pocas) o tuiteros de diferentes tendencias que se dedican a hacer pura propaganda política infringiendo todos los códigos morales.
En los últimos días hemos visto cómo un sector del periodismo español vinculado al sanchismo pretende romper la baraja para quedarse ellos solos con el mercado, con los consiguientes beneficios partidistas y económicos. Preocupa ver a profesionales que se han pasado al lado oscuro de la fuerza haciendo listas negras de medios y pidiendo la restricción de la libertad de opinión. Del viejo adagio profesional de “Perro no come perro” estamos pasando a un gran banquete caníbal en el que un grupo de canes glotones quiere devorar a los colegas que no son de su agrado. Y poniendo caritas de buenos y de adalides del fairplay.
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