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Barullo

No sé ustedes, pero yo me he cansado del mundo alternativo que me propone el corrector del móvil

Una mañana, un amigo me escribió preocupado para preguntarme si yo tenía algún problema con él, si por casualidad me había enfadado. No entendía el motivo de aquella extraña consulta, y mi amigo se explicó: al parecer, yo le había dado una respuesta un tanto brusca en el grupo de WhatsApp que compartimos en la pandilla, una salida de tono que no recordaba haber protagonizado. Busqué el origen de aquel equívoco, y ahí estaba: muy simpático no había estado, sí, pero les juro que fue sin intención. Mi colega proponía un plan para el fin de semana, y yo, despistado, había creído celebrarlo anotando que esa idea era estupenda, pero debí de errar con las teclas, y el corrector hizo de las suyas, y solté cortante que esa idea era... estúpida.

No sé ustedes, pero yo me he cansado del mundo alternativo que me propone el móvil, al que yo, como buen distraído, no sé poner freno. A los discípulos de Peter Sellers nos la cuela el teléfono un día sí y otro día también. Esta semana, lo prometo, a propósito de su concierto en el Lope de Vega, el corrector me cambió a la gran Rosario la Tremendita –que ella me perdone– por la Tremendista: fue un detalle que al menos la adscribiera a un movimiento estético, el tremendismo, porque igualmente la podía haber asociado a un disolvente, la trementina. Ay. A mí también me alteran el nombre a menudo: se han dirigido a mí como Barullo –casi las mismas letras que Braulio– en tantas ocasiones que empiezo a temer que me merezco el apodo por mis nervios y mi talento para crear confusión a quien me escucha. Otras veces, este invento de reescribir lo que decimos endulza el veneno con el que criticamos: hace poco quise decir que una conocida era especialita, pero acabé enviando que era especialista, como si hubiese estudiado otorrinolaringología o supiera de poesía isabelina.

Yo no me aclaro, pero sé que hay una regla que no falla: que, mientras más formal sea el mensaje que mando, más presencia tienen las tildes mal puestas y las palabras trastocadas sin sentido. Si quiero apuntar un si condicional, abierto a la duda y a la suposición, me sale un sí acentuado y categórico. Si quiero decir que algo pasó, en el sentido de que ha ocurrido, el corrector lo reemplaza por paso, en primera persona y presente, y parezco estar comentándole al interlocutor, como un Bartleby de pacotilla, que preferiría no hacerlo. A mi círculo de confianza suelo lanzar textos impolutos, pero la pifio con quien no me conoce y aún no se ha formado una imagen sobre mí, que en eso los torpes sí que somos especialistas. Dirán que por qué no desactivo el corrector, pero me sobrevaloran, que me cuesta encontrar los botones del volumen en mi móvil. Y, qué demonios, me digo tras liarla, el error tiene su gracia, la perfección es demasiado aburrida.

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