¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
El nacionalismo no puede subsistir sin fabricar cada día, cara a su clientela, un nuevo motivo de odio o alguien nuevo a quien odiar. Cuando Francisco Candel, emigrante él mismo, publicó, en 1964, Los otros catalanes, a los independentistas les resultaba fácil señalar víctimas para su rencor: los emigrantes. Aunque, paradójicamente, esos mismos trabajadores llegados de fuera de la región, contribuían, con su sudor, al mayor enriquecimiento de Cataluña. El problema para el separatismo siempre ha sido que, cuando no se tiene una cultura que justifique diferencias para no sentirse españoles, hay que inventarse cualquier excusa para señalar a ese otro que no queremos que sea de los nuestros. Tras el agravio sufrido por la lengua catalana durante el franquismo, era lógico que, llegada la democracia, obtuviese una necesaria reparación real y simbólica. Pero los daños causados por el franquismo no deben ser pagados por los que, en Cataluña, hablan otra lengua que, como cualquier otra, debe servir para facilitar la comunicación y permitir la mejor expresión posible de los sentimientos ciudadanos. Las injusticias del pasado hay que repararlas, pero sin inventarse nuevos culpables, convertidos en armas políticas de supervivencia cuando los partidos nacionalistas se sienten impotentes para crear ideas capaces de movilizar a sus adictos. Ha sido tristísimo comprobar, a lo largo de estos años, como partidos demócratas se han prestado a tales chantajes, permitiendo que la justa recuperación de la lengua catalana sea utilizada no como un valioso medio de comunicación entre ciudadanos, sino como un obstáculo para la convivencia. Y a pesar de estas concesiones irracionales, el nacionalismo no ha cesado en su voracidad inquisitorial. Como prueban las recientes e infantiles reacciones públicas motivadas por la presentación del nuevo disco de Rosalía, una famosa cantante catalana. Se trataba de un simple acontecimiento festivo, popular, comercial, un acto de libertad artística de una joven, que, como catalana, ha elegido, el castellano, su lengua más idónea para expresarse. Pero el rencor del que se alimenta el nacionalismo no ha podido contenerse ni silenciarse: ya la ha señalado y estigmatizado, ya forma parte de los otros catalanes. Una prueba más de que el viejo testimonio del libro de Candel se mantiene todavía vivo.
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