El cielo está Ruiz

De eso se trata cuando leemos, que vayamos siendo otros con otro. En este caso a través de Daniel Ruiz

Apenas abrí las primeras páginas de Mosturito, la última novela de Daniel Ruiz, y me mudé a la infancia y al barrio de ese niño amoratado de percances, me supe en un mundo que reconocía por haberlo vivido leyendo. Y haberlo vivido por y con Daniel. Y casi al mismo tiempo, evoqué el maravilloso título del libro de cuentos de otro escritor andaluz, Hipólito G. Navarro, El cielo está López. No se me ocurre nada más caprichosamente real que una expresión que no coincide en absoluto con nada que llamamos real y sin embargo reconocemos, entendemos, nos impele. De eso se trata cuando leemos, que vayamos siendo otros con otro. En este caso a través de Daniel. Mosturito es un niño que recuerda a los niños deMaleza, una novela que Ruiz publicó en 2018 y que le hizo acreedor de ser uno de los buenos de eso que vino en llamarse “literatura de bloques”: barrios de los años 50 de Marsé, de los 60 de Javier Andújar, de los 70 de Cercas (en La frontera), de los 90 de Juan Gil y de los feroces 80 en la pluma de Daniel. Esos años de movida y libertades recién estrenada con las mataduras y las carencias de tantos años de pobreza material y de la otra. La libertad de los perros callejeros que siempre aparecen en los libros de Daniel. En la presentación de este libro coincidieron–qué enorme fortuna– varios escritores que ahora mismo viven en Sevilla, unos nacidos aquí y otros no. Juan Bonilla, que lo presentó, premio Nacional en 2020, Isaac Rosa, Rosario Izquierdo o Jesús Carrasco. Autores de Los Príncipes Nubios o Nadie conoce a nadie–siempre se le recuerda a Bonilla que imposta un divertido fastidio–, El vano ayer, El hijo zurdo o Intemperie, por citar algunas de las obras por las que se les han reconocido. Todas ellas realistas, un realismo que, no exagero, me hace pensar que estamos en uno de los mejores momentos del realismo español con permiso del mencionado Marsé y la huella burlona y valleinclanesca de Mendoza. Porque casi todos ellos usan el trazo fino del humor, cada uno a su estilo. Para que la brocha gorda de la realidad también nos resulte habitable. Cada cual calibra su fortuna según lo que más precie, pero les aseguro que levantar la cabeza en una pequeña y resistente librería y verlos allí, con sus amigos y luciendo la normalidad de un sábado por la mañana, me hace tan feliz como imagino se siente un forofo cuando gana su equipo, un jugador cuando le toca el Gordo. Cuánta inteligencia contándonos al mismo tiempo. Qué manera de enfrentarnos a otros, buscando con ellos una salida. Cualquiera y si la hay. He pasado el fin de semana con Mosturito, seguramente lo termino esta noche. Pero ya soy otra vez Ruiz leyendo a Ruiz. Habitante de un universo –robando otro título, a Cortázar– tan violentamente dulce como nos retrata Daniel. Leyéndolo, leyéndolos, los ojos se nos limpian de legañas.

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