El ocho del mazo

No me fío de las palabras como garantía. Prefiero la maza, por pequeña que sea su actividad

De todos los refranes uno de mis preferidos es aquel que empieza rogando y termina “con el mazo dando” . Su origen y significado lo explica el sevillano Juan de Mal Lara, en su Philosophia vulgar (1568), como muestra ejemplar de hipocresía. En mi caso, además, tiene que ver con que me fío poco de la fuerza del deseo frente a la humilde eficacia de la voluntad. La fortuna existe y, de hecho, la buena o mala suerte pueden marcar una vida, como el que elige el camino equivocado en una película de terror, pero en general dependemos de cientos de pequeñas decisiones que trascienden aunque no estén vestidas con el armiño de lo trascendental. Con el mazo, propiamente dicho, no tengo experiencia alguna, aunque sí con su variante femenina: la maza del almirez, que sigo teniendo en la cocina, sustituida, la pobre, por variada – y a veces repetida– cacharrería eléctrica. Así que con la frase de marras me imagino con las manos juntas y en posición de orar y una maza gigante machacando un deseo, como un tractor que estuviera desbrozando la tierra.

No me fío de las palabras como garantía. Prefiero la maza, por pequeña que sea su actividad: dos ajos machacados, una partida presupuestaria discreta, el cambio de una copulativa en una ley. Cada pequeño gesto tiene para mí la eficacia de un paso. De la película que últimamente más me ha emocionado, Perfect Day, la imagen que verdaderamente me conmueve es el mimo que pone el protagonista en dejar los baños públicos –su oficio– como los chorros del oro. Tal vez eso no revierta la desigualdad de clases ni la crisis climática ni frene la voracidad insaciable de un capitalismo cada vez más extraño y menos productivo, pero se conquista un palmo de belleza para aquel que alivie sus urgencias en medio de la ciudad. La felicidad no es un baño resplandeciente pero lo contrario –un urinario repugnante– es un gramo de infierno en la pesada carga que a veces es la vida cotidiana. Se han hecho conquistas por la igualdad en España innegables, algunas me han hecho sentirme orgullosa de mi país: por valientes, por pioneras. Nadie que no sea un provocador fascistoide se atreve a defender la discriminación por razón de sexo, sino más al contrario: los discursos políticos, sociales, empresariales están plagados de preces igualitarias. Se nombra la igualdad (ojos en blanco) mientras hemos confiscado la maza. Pareciera que con invocarla es suficiente. Ni siquiera la visibilidad (la más sencilla de las acciones) parece ser tan importante: últimamente no abundan las Calviños que se nieguen a hacerse fotos sin mujeres. Y qué decir de la perspectiva de género en los presupuestos de la Junta o los programas de promoción de la igualdad en las escuelas. Estorba la letra pequeña, lo importante es la prez. El golpe de pecho. Ojalá este ocho de marzo sea el ocho del mazo. Y lo rescatemos de una vez del cajón.

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