¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
ALGUNAS librerías, como algunos bares o algunas casas, son parte importante de esa geografía del naufragio que todos, Herodotos de nosotros mismos, vamos escribiendo con los años. Para muchos es difícil olvidar rótulos como La Roldana (con la queridísima Lucía Fernández Gallardo como atractivo fundamental), Ocnos, Céfiro, Machado o Trueque, porque, mucho más que simples tiendas de libros, fueron auténticos refugios para la tertulia, lugares en los que se podía experimentar esa extraña sensación de no sentirse solos, parafraseando a Luis Alberto de Cuenca. Las librerías, como los simios o las adelfas, nacen, de vez en cuando se reproducen y mueren. A veces prematuramente, otras después de haber desarrollado una larga y fructífera vida. Es el caso de la sevillana librería Yerma, que en los últimos tiempos regentaba el amigo Sergio Rojas-Marcos, pero que tenía una dilatada historia de tres décadas a sus espaldas. Yerma ha cerrado en silencio, sin culpar a nadie, sin victimismo, sin intentonas de falsa épica, sin buscar responsabilidades políticas y sociales. Uno toma la decisión por las razones que sean –imagino que con dolor–, hace de tripas corazón y gira la llave. Es lo que llaman dignidad.
Por esas casualidades de la actualidad, al mismo tiempo que Yerma, ha cerrado también una de las librerías más históricas de España, la donostiarra Lagun, la que fue atacada sin tregua tanto por los Guerrilleros de Cristo Rey como por la extrema izquierda nacionalista vasca. Tal fue la saña que, a uno de sus propietarios, José Ramón Recalde, ETA le destrozó la mandíbula de un balazo cuya intención era mandarlo al otro barrio. Para los que amamos los libros y admiramos el coraje, no se podía ir a San Sebastián sin visitar Lagun con el mismo respeto religioso con el que se entra en la muy cercana Catedral del Buen Pastor. Lagun podría haber invocado su historia, su condición de BIC sentimental, haber exigido subvenciones y prebendas, culpar al mundo de la falta de clientela. Sin embargo, su actual librera, Elena Recalde, se limitó a hacer un certero diagnóstico del problema: “El mercado y la cultura de la librería ha cambiado. Con tanta oferta de libros nos hemos convertido en gestores de entradas y devoluciones. Los alumnos ya no compran los libros que les prescriben los profesores porque los tienen pirateados. Y las plataformas como Amazon son una competencia brutal”. Así, con claridad y sinceridad, sin paranoias de conspiraciones fascistas ni excusas cínicas. Mucha suerte a Sergio Rojas-Marcos y a Elena Recalde. Y, sobre todo, muchas gracias.
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