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El cuarto poder

La prensa española mantiene un reflexionado equilibrio en situaciones en las que sería fácil dejarse desbordar

En estos días el diario francés Le Monde cumple el 75 aniversario de su fundación, convertido en uno de los pilares que sustenta y articula la vida política del país vecino. Tras tantos años de esfuerzos, cuenta con el reconocimiento público de más de 300.000 suscritores. Su gesta más significativa fue proponerse, desde el primer momento, modelar la opinión pública. Una opinión fundada en el mayor despliegue posible de ideas para que el lector eligiera. Ha tenido a gala, pues, ser un periódico abierto y reflexivo, y ha cultivado esa exigencia superando todos los vaivenes económicos sufridos. Es un producto típicamente francés, pero, como su misma carátula indica, su enfoque internacional le ha permitido gozar de una influencia decisiva en el exterior. Y, sobre todo, su larga vida es una llamada ejemplar al mantenimiento de la prensa crítica y de calidad: una prensa que fiscalice y ejerza ese cuarto poder que equilibra las oscilaciones políticas y sociales de los restantes poderes.

Este recuerdo, más o menos nostálgico, al periódico francés, puede servir, además, para preguntarnos si ese poder atribuido a la prensa cumple también su cometido en España. Porque aquí, los tres pilares básicos -el ejecutivo, el legislativo y el judicial- están expuestos, en las actuales circunstancias, a duras polémicas y confrontaciones. Es atrevido opinar sobre cuestión tan amplia. Pero habría que decir que la prensa española, en general, mantiene un reflexionado equilibrio en situaciones en las que sería fácil dejarse desbordar. Se debería destacar que esta labor mediadora y temporizadora tuvo precedentes también en otras épocas conflictivas. Por ejemplo, puede establecerse un cierto paralelismo con lo ocurrido durante la crisis del llamado "desastre de 1898". Entonces, como ahora, reinaba confusión, oportunismo, con políticos cortoplacistas, sin convicciones, sectarios y fanáticos. Pero aquella prensa finisecular, tan variada como viva, recurrió para llenar sus primeras planas a los mejores literatos. Así, el vacío ideológico imperante en los políticos del legislativo y ejecutivo, fue compensado con escritos diarios de las conciencias más lúcidas de la nación. Frente al desencanto extendido por doquier, expusieron sus críticas ante lo existente y, con voluntad e ideas, despertaron la ilusión de que España podía regenerarse. Ahora como entonces, la prensa está llena de voluntad y buenas plumas, sólo se trata de ponerle un nuevo nombre al viejo regeneracionismo.

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