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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Mucho cuidado con los brasas en Sevilla

Según se aproxima la primavera, el pelmazo recupera sus hábitos y comienza a ejercer sus funciones habituales

Gente por una calle de Andalucía.

Gente por una calle de Andalucía. / M. G.

Pesado intenso, brasa, paliza, pelmazo... No hay calificativo peor para calificar a alguien después del de individuo. Todo se puede consentir en la vida en beneficio de la paz cotidiana menos que te tilden de individuo. En Sevilla hay célebres brasas que deben ser evitados. ¿Cómo? Pues depende del sitio donde haya riesgo de encuentro. El peor de todos es el que busca una suerte de choque frontal en el saludo inicial, mantiene la posición durante el saludo para taparte la salida natural, pues te obliga a escorarte a la izquierda o a la derecha. El brasa va primero a lo suyo, después a lo suyo y posteriormente a lo suyo. Le encanta dirigirse a ti usando el “tienes que” para decirte dónde debes ir, lo que tienes que hace o, mucho peor, lo que debes escribir. El brasa es un narciso patológico que, al menos, es absolutamente transparente. Habla solo de sí mismo, mantiene la posesión del balón en niveles muy altos, te pide todo tipo de favores y cualquier situación la interpreta en clave personal. “Pues a mi no me dieron eso”. “Yo no fui invitado”. “No me avisaste para esa comida”.

Este paliza no paga un café en su vida, pero se deja invitar a todos los sitios. Da igual que se le hagan llegar señales de hartazgo, censura o desaprobación. El brasa va a lo suyo, aguanta más que Informe Semanal en antena y no se da por ofendido, porque, por encima de todo, el brasa va a lo suyo cueste lo que cueste. No importa que vayas hablando por teléfono, porque el pelmazo te acompaña hasta que acabes la conversación, aunque hayas disimulado una charla para hacerte el sueco. Hay una modalidad de pelmazo –no mayoritaria– que sí mantiene cierto orgullo, se sabe fichado y te saluda de una forma en la que te deja claro que no pretende pararse a hablar. Este perfil de pesado prefiere morir a que lo maten, se da por excluido antes de que se le excluya... por brasa.

Un buen amigo es el que te ayuda en una mudanza, te pregunta antes de echarle limón al pescao frito y te hace el quite con un brasa. Porque hay brasas muy peligrosos que, por ejemplo, te capitalizan en el canapé de una boda, de donde es mucho más difícil escaparse y, por cierto, te condenan a la pena añadida de soportar el aliento ajeno. Cuando te separas un poco, el tipo pelmazo se acerca y recupera proximidad. ¿Por qué? Porque el brasa va a lo suyo, es incapaz de pensar en el bienestar de su interlocutor. El brasa se mete en el reservado del restaurante o en la charla entre dos en la barra de un bar con el objetivo de perpetuarse. El brasa irrumpe y rompe el hábitat y la agenda del prójimo. La única solución, llegado el caso, es tener menos vergüenza que él para zafarse de su presión. Porque el brasa se aprovecha de la paciencia y la buena educación de los demás.

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