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¿Otro derbi es posible?

El mero gesto de lanzar un palo al campo es una agresión intolerable, alcance o no a su presa

No hace falta saber de fútbol para observar los fenómenos que se generan en torno a sus clubes, equipos, aficiones y ligas. Son tantos, y en tantos órdenes y tan prodigiosos, que necesitaría a un antropólogo agarrado del brazo, en plan lazarillo, que me ayudara a mirar todo lo que acontece en torno a un balón de reglamento. Con el Betis y con el Sevilla F.C. tendríamos tema para rato. Ser de uno u otro equipo es una cuestión identitaria, adscribe incluso a una ética y una épica -disfruto mucho de los amigos béticos que, a poco que me descuide, me vuelven a contar su teoría vital en torno al manque pierda-, en muchos casos llega a ser una pieza importante en los vínculos paterno-filiales, canaliza grandes ilusiones de bolsillo y pequeñas emociones titánicas, y le entona el cuerpo a mucha gente de esta ciudad. Por lo general, al menos en mi entorno, percibo un tono amable en las diatribas entre sevillistas y béticos. No se me olvidará el día en que, en la reforma de casa, se encontraron frente a frente en mi pasillo el pintor y la mujer de la limpieza: ella con su cadenita de oro con el escudo del Betis y él con una igual, pero del Sevilla. Viva la retórica de barrio, las justas antipoéticas, el capotazo verbal, los golazos de elocuencia. Qué me reí.

Hasta aquí todo bien. Pero tiene que llegar un derbi para que a la ciudad se le caiga la cara de vergüenza. Hay quien dice: "Son unos pocos bandarras quienes la lían", "justos por pecadores", "pasa en todos sitios", "¿acaso he lanzado yo el palito?", "ni que lo hubiera matado", "vergüenza, yo, ¿por qué?". Vergüenza, sí. Vergüenza ajena y, en tanto que ciudadana de Sevilla, también vergüenza propia. Un tipo decide lanzar un palo al campo de fútbol. El mero gesto es una agresión indisculpable, alcance o no a su presa. Quien hace algo así, como cobarde que es, lo hace porque siente el amparo de quienes son como él. Si los clubes y la afición mandaran a los postulantes a ultras adonde pican las gallinas, otro gallo cantaría. Hay cosas que no se pueden tolerar, y transigimos con ellas. En todo el ámbito nacional, los gestos y gestas que contemplamos en ciertos jugadores, responsables de clubes o entrenadores son de todo menos edificantes. En algunos casos rayan, o caen de lleno, en el delito. Qué ejemplo a la cantera, a la muchachez y a la sociedad.

Vomitaba yo todo esto en la parte de atrás de un taxi el pasado domingo, cuando el taxista se volvió y me dijo: "Soy un gran aficionado, y ni se me pasa por la cabeza llevar a mi hijo a un derbi, donde aprenderá que al hincha contrario se le puede insultar". Hay maneras de fomentar la convivencia entre aficiones; de hacer de los aficionados cabales, y no fanáticos; de que el fútbol trasmine otra cosa, y no esta vergüenza. Estamos lejos de ello. La responsabilidad está muy repartida, tanto, que nos alcanza.

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