La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
El interés del gobierno de Madrid por garantizar la equidistancia política de escuelas y universidades públicas respecto a la intervención israelí en Gaza, merecería una reflexión jurídica sobre el alcance del principio de neutralidad institucional. La iniciativa, sin embargo, también permite otra reflexión, a propósito de Palestina, sobre las escuelas católicas que han educado a muchos españoles y donde hoy acuden más de 1500000 alumnos. La Constitución garantiza a la educación concertada y privada un ámbito específico de autonomía para transmitir su ideario moral y garantizar así el derecho de los padres a formar a sus hijos conforme a sus creencias. Partiendo de esto, no creo que haya forma jurídica para impedir que en las aulas católicas permee la sustancia moral de posicionamientos como los del papa León XIV que ha transmitido su “profunda solidaridad con el pueblo de Gaza, que sigue viviendo con miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables”, e insistido en que “ante el Señor Todopoderoso, que ha ordenado ‘No matarás’... cada persona tiene siempre una dignidad inviolable”. “La palabra genocidio se está usando cada vez más”, ha dicho el Santo Padre, contemplando que esta posibilidad se dé en Gaza, al igual que su predecesor, Francisco, para quien “según algunos expertos … lo que está sucediendo tiene las características de un genocidio”. No hace falta, por lo tanto, poner banderas palestinas en los colegios católicos, sino ser aquí coherente con valores medulares de esta tradición, para ver el desajuste entre lo que se perpetra en la franja y la identidad moral de los católicos. Subrayo esto porque, dentro del conservadurismo, vemos pugnar, a propósito de Gaza, un discurso de corte nietzscheano que sospecha de la compasión como mamela progresista y airea la frialdad como virtud frente a la histeria de los sentimientos. Dentro de él, apelando al pragmatismo, se insta a superar la sumisión a fetiches morales para situar aquí incondicionalmente nuestra política exterior del lado de Israel. Considerando que el votante conservador español no es constitutivamente un votante nihilista, como tampoco lo es nuestra sociedad, cabe preguntarse si esta corriente nietzscheana del conservadurismo, en su afán por repudiar sin fisura la política exterior del ejecutivo español, puede abrir una de esas fracturas que, contra pronóstico, impiden a una coyuntural mayoría social convertirse en mayoría electoral. El Reino Unido, Australia, Canadá y Portugal reconocieron ayer al Estado palestino.
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