Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Estos días resulta muy difícil concertar una cita, cerrar acuerdos, rematar las gestiones de un asunto pendiente... Emerge la Sevilla de la procrastinación, la que tiene una facilidad pasmosa para el vuelva usted mañana de Larra, en versión “eso lo dejamos ya para después del Rocío”. Hay cientos de sevillanos que son especialistas en posponer, aplazar y retrasar deliberadamente tareas importantes, a pesar de tener la oportunidad de realizarlas. Y como diría Borbolla (el gran Pepote) con el silabeo marca de su casa: “Eso es i-nad-mi-si-ble”. Y tanto. Estos días se alternan el calor insoportable que pide guayabera y la activación del buscador de la sombra con las mañanas más que frescas que rescatan los chalecos sin mangas modelo primer mandato de Juanma, pero lo que no falla es la maldita procrastinación. Como el juego de la oca saltamos de una a otra y, además, alargando los períodos, oiga. La Semana Santa son siete días, pero quedan invalidadas las vísperas y los primeros días de la pascua. La feria... uf. Eso pueden ser hasta diez días inhábiles. El Rocío entre cuatro y siete. Llama usted a la sucursal de su banco el martes después de la salida de la Virgen y resulta que su asesor no está: “Es que hace el camino de vuelta, ¿no le dijo que se iba al Rocío?”. Junio es el mes de la fatiga por el inicio del calor, el colmillo de Hacienda y la ansiedad por dejar las cosas selladas antes del verano, pero en Sevilla tenemos además el Rocío, el camino de canciones, como le gustaba decir al catedrático Murga.
El Rocío vertebra Andalucía y alcanza hasta a Bruselas. Y tiene el efecto de dejarnos a medio gas un buen número de días con esa indeterminación que termina de matar a cualquier proactivo. “Ya para después del Rocío”. Y ese después se puede referir incluso al jueves posterior a Pentecostés. Para entonces corran como un gamo a la hora de concertar citas productivas porque viene el puente del Corpus. Sevillanísimo como pocos. Muy nuestro, una de nuestras marcas como ciudad. Y acto seguido el comienzo de los efectos de las vacaciones, cuando el correo electrónico te responde de forma automática informando de que el empleado requerido se ha cogido julio. ¡Vaya! El tipo vuelve en agosto, te atiende, pero no puede hacer más: “Es que casi toda la plantilla está de vacaciones y no tengo acceso a esas carpetas”. En septiembre hay quienes hacen una “incorporación progresiva” como recomiendan los psicólogos y, además, se cogen los días pendientes de asuntos propios. En ese momento se arrepiente usted de no haber sido rociero de hacer el camino. De no haber hecho caso a Juan Pablo II. El año próximo, medalla, botos y una buena reunión. El mundo se ve mejor así. Y la vida, en general.
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