Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Pasa la vida y siguen sin solución ni mejora muchas cosas que forman parte del decorado de nuestro día a día en la ciudad. Un sevillano fino y frío mantiene que Sevilla es experta en conservar las cosas que no funcionan, o que no ofrecen las prestaciones que debieran. Hasta hace poco ponía como ejemplo la antigua máquina limpiabotas del Real Círculo de Labradores. Estaba en su sitio, conectada a la red y el motor se activaba al encenderla, pero no cumplía su función. Pero allí seguía como tantas fuentes de la ciudad sin agua, tantas pérgolas sin vegetación o tantos bancos con el respaldo perdido. Cuántos años tuvieron que pasar hasta que llegó don Benito Mateos-Nevado y gestionó una máquina nueva en la que los señores socios pueden cepillarse y abrillantarse los zapatos en la sede histórica de Sierpes y hasta en la caseta de Feria, que para eso se lleva a cabo un solemne traslado del artilugio que discreta y simbólicamente une la Semana Santa con la Feria. Es como la propia Sevilla, que tuvo que llegar Rojas-Marcos y empujar a los socialistas una tarde de calores en su casa de la calle Castelar para que tuviéramos la primera línea de Metro. ¡Cincuenta años nos costó desde la ley publicada en tiempos de Franco! Nos cuesta todo un mundo. Y no siempre con un buen resultado. Distinto es que adoptemos como nuestras determinadas barbaridades, como el padre diligente que hace suyos los despropósitos de un hijo. Cuando la Cartuja termine de llenarse de bares y residencias de estudiantes no diremos que hemos perdido suelo que era para negocios dedicados a servicios avanzados (según lo dispuesto en el PGOU), sino que ese lugar inhóspito por fin se ha llenado de vida. Hasta habrá alguno que pregone que ya tiene alma.
Somos únicos en convertir los grandes errores en hazañas. Como somos ciudadanos de esperanza, estamos seguros de que algún día veremos las máquinas expendedoras del tranvía ofreciendo el cambio en monedas de euro o en billetes de cinco. Recarga usted la tarjeta de Tussam con diez euros, paga con un billete de veinte y el cambio que le da la máquina es de veinte monedas de 50 céntimos. No le digo a usted de quién se acuerda cuando se despeñan al cajetín las veinte monedas. Una a una con su estruendo como banda sonora. Se mete usted en el bolsillo las veinte monedas y se parece al Judas de la Redención por la calle Santiago, pero sin olivo. Anoten, además, que en esas máquinas no se puede pagar ni con billetes de 50 ni de cinco euros. Todo son facilidades, ¿verdad? Y recuerden que si le dicen al revisor que han pagado el viaje con tarjeta bancaria, no estará capacitado para verificarlo porque el programa informático no tiene capacidad. Irán de gorra al modo pícaro. Así llevamos años y años. Hay que llamar a don Benito para que cambie la máquina. Otra Sevilla es posible. Jamás perderemos la esperanza.
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