La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Estos días azules

La oscuridad y el frío hacen más desabrido y triste lo que de por sí lo es. La luz y el calor iluminan y templan el ánimo

La primavera es misericordiosa. Tanto como el invierno es despiadado. Si, ya sé: el arrebujarse, la ventana encendida en la noche fría, la lluvia repiqueteando contra los cristales o deslizándose por ellos dejando su huella transparente y sinuosa, la mesa camilla, la lectura a la luz de una lámpara baja en una habitación cuyos contornos se disuelven suavemente en la oscuridad… Los dulces, hogareños y acogedores encantos del invierno. Pero también está lo desacogedor, los atardeceres tempranos, los amaneceres tardíos, las noches interminables, el frío que es tan difícil desalojar cuando se nos ha instalado por dentro. La oscuridad y el frío hacen más desabrido y triste lo que ya de por sí lo es. La luz y el calor iluminan y templan los ánimos, literal y físicamente. Mejor la tibieza, desde luego, que la tremenda jerarquía de sudores cuyo progreso ordenó Muñoz Seca en el caló, la caló, y las calores. Pero si a muchos nos dan a elegir entre el frío (y su inseparable compañera, la oscuridad) y las calores (y la larga luz que las acompaña) sin duda escogeremos lo segundo, a pesar de los pesares y los sudores. Por ello felicitémonos: da igual que ayer se nublara o que mañana vuelvan los fríos. El invierno está herido de muerte y busca las tablas

Suelo citar a tres sevillanos que han descrito como nadie lo ha hecho -porque escriben desde la nostalgia, en un norte gris- la vida, belleza y alegría con los que la luz bendice al Sur. Son Blanco White, Bécquer y Cansinos-Assens. "Bajando estoy el valle de la vida -escribe el primero-, y todavía se fijan mis pensamientos en aquellas calles estrechas, sombrías y silenciosas, donde respiraba el aire perfumado que venía como revoloteando de las vecinas espesuras". Bécquer evocaba las "siestas de fuego, alboradas color de rosa y crepúsculos azules" de Sevilla. Y Cansinos-Assens cantó, con su formidable prosa bíblica, "el país de toda abundancia, de toda plenitud, donde los tesoros se entregan, las puertas están sólo entornadas, las almas se abren para dejar salir sus secretos, las manos rasgan jugando las telas más hermosas para enjugar heridas"; concluyendo: "En esa ciudad clara de gracia, tu alma no se hubiera cubierto de nieblas de congoja". Nadie pudo expresar mejor lo que estos días primeros de luz plena tantos sentimos. Sólo lo supera el breve y trágico "estos días azules, y este sol de la infancia" que Antonio Machado evocó poco antes de morir.

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