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A casi nadie le gusta entrar en política perdiendo dinero. Eso es cosa de los políticos de la Transición, de Mariano Rajoy, que se dejó miles y miles de euros al no ejercer su profesión (“Chichichí”), y de algunos más, que haberlos haylos. Pero son pocos. Tienen que ser muy hondas la ilusión y la vocación para que merezca la pena el cambio. Por supuesto, en caso de producirse el desembarco en política perdiendo emolumentos ha de ser para ejercer un puesto en el gobierno, no en la oposición. Tontos no quedan.

A la mayoría de profesionales de muchos campos se prestigio no les salen las cuentas cuando son llamados por un partido para ejercer cargos. La política está mal pagada, muy mal, por eso los gobiernos locales de Sevilla y Málaga han hecho bien en subir unos salarios que llevaban más años congelados que la merluza de ciertos chiringuitos.

Se ha ido esta semana la secretaria general técnica de la Consejería de Fomento, después de unos meses de eficaz ejercicio en el cargo, con un currículum muy alabado por todos sus compañeros y con una labor que todos califican de provechosa. Dolores Ortiz tiene su vida asegurada como funcionaria del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos del Estado. Esta circunstancia siempre es una garantía de la que pocos pueden presumir.

Me gustan los políticos con la vida resuelta, como prefiero los sacerdotes que antes de su ordenación han cursado una carrera. La señora Ortiz ha dimitido de su cargo en el organigrama de la Junta de Andalucía y ya ocupa, por cierto, una dirección general en el Ayuntamiento de Madrid. De oca a oca a golpe de AVE.

Ortiz escribió un mensaje de despedida a sus compañeros de la Junta en el que arremetió contra Ana Vielba, secretaria general de la Consejería de Administración Pública, por no cumplir los “compromisos adquiridos”, lo que le generó sentimientos de “decepción y desconfianza” al percibir que “no había ningún interés ni voluntad de cumplir los compromisos”. Es decir, la señora Ortiz se marcha poniendo en tela de juicio la labor de una compañera.

Deja en el aire cuál era ese compromiso, que no especifica en su texto, pero que todos sabemos que es su legítimo interés en no perder salario, tal como le habían prometido en su día y finalmente no ha podido ser. De otra forma no se comprende el rejón que le propina en su carta de despedida a Ana Vielba, difundida y redifundida por todos los despachos de consejerías y delegaciones territoriales.

En la sede de la Consejería de Fomento y en el Palacio de San Telmo estaban muy satisfechos con Ortiz. Sobre ella y el viceconsejero sevillano Jaime Raynaud descansaba hasta ahora una consejería clave por su capacidad inversora. Pero la verdad hay que contarla completa y no maquillarla con las “razones personales”, sobre todo cuando se ha citado expresamente a una persona como Vielba y se la ha culpado como generadora de desconfianza y decepción.

No, señora. Así no se hace. Así no se despide nadie de un sitio. Ni el agosto que agoniza ni la crisis por la listeria han servido de silenciador de una dimisión lamentada en Fomento, pero que la propia interesada ha manchado con un mensaje desafortunado. Si hasta el Consejo General del Poder Judicial dicta criterios para que los magistrados no metan la pata en las redes ni en los mensajes. Antonio Sanz va a tener que hacer un decálogo.

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