NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
El dinero público produce incontables paradojas. No hablo de mordidas, chistorras y lechugas contantes y sonantes. Tampoco del dinero que se va perdiendo por el camino antes de hacer el verdadero gasto necesario. Si del agricultor a la bolsa del consumidor, una patata ve multiplicado su precio no sé cuántas veces por los intermediarios, en política, sucede lo contrario: el dinero se ve dividido al pasar por organismos, estudios, fases, protocolos y no sé cuántos inventos más hasta que, una pequeña parte, llega al fin a su verdadera finalidad. Los filtros de transparencia, a veces llenos de agujeros, producen un gasto insoportable y ralentizan que el dinero público cumpla en muchos casos a tiempo su verdadera función. La llamada Administración es una mole cuyo extraño funcionamiento todo el mundo acepta dócilmente. Aquel que entable relación con un organismo público ha de entrar por el aro. Cualquiera se percata de su tremenda ineficacia, pero nadie es capaz de cambiar el sistema.
Por ejemplo: el otro día, un policía nacional relataba, mientras tomaba un café, que había 12 motos en el garaje de la comisaría porque estaban averiadas y no había dinero para mandarlas al taller. Y así estamos, decía con cierto fatalismo. Todos recordamos las imágenes de la Guardia Civil luchando con barcos de papel frente a narcolanchas hasta perder la vida. Tampoco es raro que en los juzgados escondan los folios como si fuera, no ya un bien escaso, sino el botín de las joyas robadas el otro día en el Louvre. Pasamos por delante de espacios públicos, que ha costado un potosí restaurar, y están cerrados porque no hay presupuesto para darles vida y sentido. Máquinas nuevas sin funcionar en hospitales, ordenadores en oficinas, todos en espera de no se qué papel o de no sé qué historia. La lista de inoperancias es infinita.
Lo peor de todo es la mansedumbre con la que ciudadanos y gobernantes, buenos y malos, aceptamos esta ruina desastrosa. Este derroche, porque cuando algo necesario no produce ni se pone en servicio se convierte en un despilfarro insoportable.
Hacen muchos estudios de la comida que se tira en las casas, pero no tengo constancia de que se haya hecho ninguno del dinero público que se pierde o no es aprovechado. El dinero público debiera ser sagrado, gastado con la mayor eficiencia y celeridad para cumplir su función de dotar de servicios a la ciudadanía. Pero no, qué más quisiéramos.
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