La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El ejemplo de un joven que rompió una luna

El menor pudo haberse ido de rositas, pero buscó a un profesor, dio la cara y pidió que avisaran a sus padres

Estos días de finales de curso se multiplican las fiestas y las ceremonias de graduación, que denominadas así recuerdan a las pueriles celebraciones de las series de televisión norteamericanas. Algo perdimos cuando en vez de licenciados comenzamos a tener graduados, pero eso es otro cantar. En los jolgorios de esta sociedad hiperparticipativa coinciden padres ultramotivados, profesores que siempre me inspiran el mayor respeto y alumnos sobreestimulados. Ocurrió en una de estas citas que unos críos jugaban con piedras cuando uno de ellos rompió la luna de un vehículo. El causante del estropicio lo tenía todo para haberse ido de rositas. Sin testigos ni nadie que lo pudiera acusar. Pasarían horas hasta que alguien se percatara del destrozo en un aparcamiento atestado de coches. Pero el menor no quiso escaquearse en ningún momento. Buscó a un profesor, le informó del suceso y le pidió que localizara al propietario del vehículo para que se pusiera en contacto con sus padres y que éstos respondieran del daño causado. El profesor cumplió con el proceso. Ambas partes fueron puestas en contacto para la instalación de un nuevo cristal. El menor actuó con un arrepentimiento y una nobleza inmediatos. Reconoció en el profesor la figura revestida de la autoridad que tanto reclama ahora para los docentes el consejero de Educación, Javier Imbroda, y que nunca, jamás de los jamases, debieron perder. Y todos los padres supieron ver el gesto del estudiante y valorar la mediación del profesor. Al margen de las calificaciones académicas, los diplomas o la competitividad, el episodio de la travesura sirvió al menos para que el maestro se sintiera orgulloso de la reacción del joven, formado en esos valores que al final hacen mejor una sociedad. Hay que responder de los daños que uno provoca, hay que dar la cara, hay que avisar al tabernero cuando te ha cobrado de más, pero también cuando te ha cobrado de menos, hay que ceder el asiento a los mayores, hay que tratar de usted a las personas que así lo merecen por aquello que antiguamente se decía de la edad, la sabiduría y el gobierno. El otro día, por cierto, contemplamos cómo un sevillano se dirigió al cardenal Amigo no sólo interrumpiendo una conversación, sino como si Su Eminencia fuera un compadre en la barra del chiringuito: "¿Cómo estás, Carlos? Me alegro de verte". El joven del cristal no fue un desahogado, sino un niño con el comportamiento propio de niño, pero que supo reaccionar como un adulto responsable gracias a una buena educación.

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