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José Luis / Berrendero

El empresario y el amigo, por José Luis Barrendero

DESPUÉS de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida. Quizás esta afirmación viene al caso para definir mi primera apreciación cuando recibo la llamada de su sobrino Gabriel confirmándome lo que horas antes era una sospecha, que se convirtió en tremenda desazón y temor tanto por parte del que llamaba como por parte del que suscribe. Intensa y larga vida la de la persona y la del empresario. Intenso y largo partido que Gabriel ganó por muchos goles. Goles que no hacen más que certificar su valía como persona y como empresario, los dos grandes ejes de su vida.

Si una cosa son los negocios y otras cosas son otras cosas, es quizás en el caso de Gabriel Rojas Fernández donde mejor he comprobado este sentimiento a lo largo de mi vida. Tuve la suerte de conocer a Gabriel a través de los negocios, cuando un amigo común, el entonces director de Dragados Enrique Huguet Moya, me lo presentó en Cádiz. Tuve la suerte desde entonces de descubrir a la persona. Si la vida tiene desazones y algunas tristezas y te compensa con alegrías e incentivos, un factor constante de ánimo será recordar los momentos que tuve la oportunidad de compartir con él: los desayunos, las charlas en su despacho, algún día en su finca... Siempre respetuoso, cariñoso, firme y preciso y bebedor de opiniones que aun contrarias a su parecer merecían su atención y consideración.

Hoy que tanto se habla de los emprendedores, se nos ha ido un joven emprendedor de 90 años. Quizás su ejemplo empresarial, su capacidad de empuje, su clara medición del riesgo desde la austeridad, sin presunciones falsas, sin más ayuda que su inteligencia y sus manos, son las que una sociedad que quiera progresar necesita. Es su ejemplo el mejor público objetivo que necesita una sociedad que busca perfiles donde crear cimientos sólidos. Si la persona era excepcional, el empresario también lo fue: cumplió con creces el objetivo de entregar a las siguientes generaciones un legado infinitamente mayor que el que recibió.

En la última etapa de su vida tuve además la oportunidad de descubrir la intensidad y el valor de su profunda capacidad de sentir. Quedó marcado en el amor por la muerte de su esposa, su socia como él decía, su compañera, cuya falta le hizo descubrir la soledad, ya que aunque se sentía acompañado y querido de familia y amigos, él decía que no podía ser lo mismo. Su otra gran preocupación era la profunda crisis económica que azota nuestro entorno y cómo podría afectar a la labor de su vida, su empresa. A su pregunta recurrente de cómo estaba el estado de la cuestión y darle yo fechas excesivamente lejanas siempre repetía que no le daría tiempo de quedarse tranquilo, de irse en un escenario de crecimiento económico. "Esto dura demasiado -me decía- hay demasiadas criaturas sufriendo y eso no está bien".

Como bien definía ayer Diario de Sevilla, era un hombre polifacético, en su actividad empresarial y también en sus virtudes. Un hombre sencillo, fuerte, duro y austero. Impregnado de una gran capacidad ética y de un estricto sentido de la dignidad y la honradez. Nunca le importó sacrificar algún aspecto personal o patrimonial por cumplir con la palabra dada o con la obligación que él mismo desde un estricto código moral se autoimponía.

Nunca pidió a un amigo lo que no podía dar, pero alguna vez cuando la ecuación era al revés incumplió la norma: él siempre daba.

Se nos ha ido la persona y el empresario. Quiero terminar esta breve nota desde el sentimiento de que Gabriel con su ejemplo nos deja deberes a todos. Tanto en el círculo de los negocios como en de sus relaciones humanas. Muchos en menor o mayor medida le debemos algo y quedará en nuestros corazones el interpretar y cumplir sus deseos.

Hay personas que desde su existencia y su ejemplo hacen vivir y mover el mundo, hacen vivir y mover a la sociedad. Gabriel Rojas Fernández en su entorno humano, en la sociedad sevillana y andaluza, en la comunidad empresarial, es con creces uno de ellos.

Estoy seguro de que ni el más profundo de los alzhéimer producirá el olvido de tu ejemplo. Desde el cariño y la admiración comparto mi tristeza. Nos ha dejado una buena persona, un buen empresario, pero nos ha dejado su obra, nos ha dejado su ejemplo. Descansa en paz, amigo Gabriel.

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