La ciudad y los días
Carlos Colón
Yo vi nacer a B. B.
Esta espléndida y sorprendente glorieta del barrio de Santa Cruz, situada junto a un lienzo superviviente de la antigua muralla de la ciudad y de su judería interior, es circundada por una decena de acacias del Japón, Sophora japonica. Se puede afirmar que esta especie no es una verdadera acacia ni procede del país del sol naciente, ya que es originaria de China y Corea, aunque se extendió rápidamente por Japón y fue introducida en Europa en el siglo XVIII. Es un árbol de hoja caduca que, desde principios de verano, sorprende con abundantes florecillas amarillentas que proporcionan frutos en legumbre muy característicos y duraderos, con semillas estranguladas semejando rosarios implorantes. En este enclave, las sóforas se encuentran arropadas por doce ejemplares de naranjo agrio y una palmera repleta de gorriones y cotorras, única en pie de las cinco que fueron plantadas sobre hermosos alcorques de ladrillo y cerámica a principios del pasado siglo; las palmas abatidas por el inmisericorde picudo rojo muestran al sol sus estípites serrados.
Un lugar destacado en la plazuela lo ocupa el monumento instalado en 1974 en honor al don Juan compuesto en 1630 por Tirso de Molina en El burlador de Sevilla; personaje creado, según recientes investigaciones, por su contemporáneo Andrés de Claramonte y que ha sido reflejado en numerosas obras literarias y musicales. Este arquetipo mítico tiene antecedentes en la Roma clásica y en el relato andalusí del siglo XI El collar de la paloma. La obra Don Juan Tenorio de Zorrilla de 1844 lo vincula definitivamente a rincones distintivos de la antigua aljama hebraica sevillana, desvirtuada hoy por una masificación efervescente: la Hostería del Laurel, en la cual se hospedó su autor; la calle Justino de Neve, antigua de los Chorros, donde la leyenda sitúa el hogar natal del protagonista; o la plazoleta de Doña Elvira, con la residencia paterna de Doña Inés. En los aires desapacibles de noviembre, resuenan más desesperados que nunca los ecos resignados de la dama y de toda Sevilla: "Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto que a vos me atrae en secreto como irresistible imán".
En esta plaza de los antiguos refinadores de cuero se levantan bellas casas de carácter señorial como la de Luis Prieto, trazada por el arquitecto regionalista Aníbal González. El conjunto formado por las mansiones, la muralla quebrada y abierta a unos Jardines de Murillo con restos subyacentes de un cementerio hebreo, los arabizantes y perecederos naranjos, las falsas acacias con sus ristras de semillas orantes, los gorriones y cotorras en regresión, las desvanecidas palmeras...y don Juan acaban configurando un escenario ilusorio, embelesador, maravilloso, que despierta sentimientos ambivalentes bajo la cristalina luz de la antigua Hispalis. ¡ Todo es evanescente!
Desde su pedestal, el libertino galán quizá necesite declamar enardecido y confuso ante tanta incertidumbre: "Aquí está don Juan Tenorio, y no hay hombre para él...".
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