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Fragmentos

Juan Ruesga Navarro

La fábula del chiringuito

HACE ya once años que veraneo en una zona concreta de la Costa del Sol. Buen clima en cualquier época del año y con vistas al mar. Cuando llegamos por primera vez había dos chiringuitos. Uno de ellos, con veinte años de existencia, era el clásico bar de playa sencillo, algo rústico, con personal poco sofisticado y una cocina elemental y directa, ensaladas, pescado frito y paellas, pero con algunos de los defectos de los años del menú turístico. Demasiado tiempo siendo la única opción de la playa. El otro local era nuevo. Un precioso club de playa, con buen diseño y un ambiente de restaurante, mesas con manteles, butacas de mimbre y una excelente cocina. Había sido puesto en marcha por la empresa que había creado las últimas promociones, como uno de los atractivos de venta. Y funcionó como tal, porque muchos de los que nos asentamos en los nuevos apartamentos, nos convertimos en sus clientes. A veces, para descansar del glamour, o para tomar unos calamares fritos, íbamos al otro.

Pero se terminaron todas las nuevas promociones y la empresa se retiró. El club de playa fue traspasado y empezó una evidente decadencia de su oferta. Lo intentaron como bar de copas. Nada. Sólo en verano. Tampoco. Llegó a estar una temporada cerrado. Entretanto el otro bar, el más antiguo, captaba a los nuevos veraneantes a cuentagotas. Parecía que los dos locales estuvieran en sus peores momentos. Entonces, al principio de la crisis, el club de playa volvió a ser parte de la oferta de una nueva promoción, que por cierto nunca pasó de la publicidad. Pero el nuevo equipo de hostelería que se había hecho cargo tenía experiencia y un método de trabajo claro. Planteó una carta sencilla, orientada a los turistas extranjeros. Los camareros, aunque poco experimentados, hablaban idiomas. Mi impresión era que marcaba distancias en la oferta con el otro local, el de toda la vida. Y poco a poco comenzó a marchar bien. Tomó del otro lo que mejor funcionaba: lo mismo se podía desayunar, que tomar un aperitivo o una comida completa. Y montó una terraza nueva para copas y cócteles. Y hamacas con colchonetas nuevas y parasoles, tanto en el césped como en la arena. Pantallas de plasma para deportes y videoclips. La reacción del otro local fue montar todo eso y además algunas animaciones musicales por la noche. El club de playa también comenzó a tener música en vivo varias noches en semana. Y contrató a un viejo pescador para hacer espetos. Mientras tanto, el viejo local había renovado el servicio, con gente joven que manejaba idiomas y mucha amabilidad. Y la cocina mejoraba en calidad al servir cada día más.

Este verano, los dos locales tienen más público que nunca. Se come mejor en los dos y funcionan en general de una manera más eficiente. Dan más y mejores servicios. Ya están instalando zona wifi abierta. Y cada noche hay que pensar a cuál de los dos es más atractivo ir. Hay que decir que están a escasos veinte metros uno de otro. Competencia, innovación y mejora de la oferta y de la calidad les ha hecho consolidarse a ambos. En estos tiempos, toda una moraleja.

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