¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
Habló el rey Felipe VI contra el avance de los extremismos, los radicalismos y los populismos y salieron en tromba a criticarlo todos los extremistas, radicales y populistas que habitan el reino. Bueno, todos menos Vox, que optó por otro de sus estruendosos y significativos silencios. Una forma de crítica.
Que el Rey acertó en su llamamiento a la convivencia democrática y a la ejemplaridad en el ejercicio de la acción pública lo demuestra precisamente que el Frente de Rechazo (curiosidad: lo integran quienes apoyaron la investidura de Pedro Sánchez y hoy impiden su caída pese a saberla inexorable) haya subido el diapasón. Ahí han estado desde el portavoz de Junts, Jordi Turull, al que le ha parecido “surrealista” el discurso del monarca, aunque reconoce no haberlo escuchado (¿hay alguien más surrealista en la política española que su jefe Puigdemont?), hasta su compadre Oriol Junqueras escandalizado porque Felipe VI hizo “apología de la violencia”, pasando por el diputado de guardia –desarmada– de Bildu que nos recordó que la Monarquía fue impuesta por un dictador hace medio siglo y la ignota e ignorante chiquilla de Podemos, creo que secretaria de Derecho a la Vivienda, quien acusó al actual rey de España de seguir jugando para los fascistas. Directamente, sin tapujos.
En fin, todos ellos se dieron por aludidos, igual que el silente Abascal, por la alerta invocada en el discurso real frente a extremistas, radicales y populistas y su apelación a recuperar el respeto a las opiniones ajenas, la normalización del debate y la salvaguarda de la convivencia. Lo malo es que los partidos mayoritarios, por el contrario, no se dieron por aludidos: aplaudieron las palabras del monarca, y se dispusieron a seguir haciendo lo contrario de lo aplaudido.
Son ellos los partidos centrales y determinantes. Los principales agentes de la desestabilización, la crispación el hastío y la desafección. Desde el minuto uno de la actual legislatura. El PSOE la abrió levantando un muro y desde entonces no ha parado de añadirle ladrillos y solidez. El PP negó la legitimidad del Gobierno y desde entonces no ha parado de hacerle una oposición de tierra quemada, apocalíptica y sin matices. En sus manos está frenar la espiral de tensión, polarización y corrupción plurifacética que mancha la política española.
El Rey está, así, más solo que nunca entre la casta política. Sospecho que más acompañado por la gente corriente.
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