¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
En sus inicios dieciochescos, la prensa periódica tuvo solo una función informativa: barcos que habían arribado a puerto, precios de sus mercancías, situación de las cosechas, guerras que destruían lejanas ciudades. Después, a esa notificación escueta se agregaron razonados comentarios sobre los acontecimientos que más conmovían a los lectores. Y surgió el periodismo de opinión, destinado a convertirse en la otra cara necesaria de la prensa moderna. Incluso llegó un momento, en muchos diarios, en los que la exposición de razonamientos y opiniones se impuso al espacio dedicado a las simples noticias. Con esos ingredientes, el periodismo amplió su prestigio y horizonte. Ya su labor no se reducía a facilitar, para una ojeada, la lista de sucesos, también se prestaba a una atenta lectura, en cómodo sillón. Hasta tal extremo llegó esta función de facilitar una pausa reflexiva que el filósofo español con mayor enjundia y sabiduría, Ortega y Gasset, publicó casi todos sus grandes libros, primero en el diario en que habitualmente colaboraba. Tal como si necesitara palpar la reacción de sus lectores callejeros antes de aventurarse en el exigente formato del libro. Otros muchos, como Eugenio D’Ors, hicieron otro tanto. Desafiando así, el criterio popular que consideraba lo publicado en periódico como el efímero reinado de un día. Y tanta ha sido, a veces, la nostalgia despertada por esos artículos relucientes sólo unas horas que, más tarde, ciertos editores han recurrido oportunamente a recuperarlos. Gracias a ellos, están todavía presentes, por fortuna, en las librerías, Julio Camba, González Ruano, Álvaro Cunqueiro y muchos otros. Aunque no debe olvidarse que, sin la atracción previa despertada en la prensa diaria, esos libros no hubieran cobrado vida. Por eso, no debe extrañar que, un editor (Caja Rural del Sur), tras comprobar el esmero formal y la adecuada penetración sociológica de las columnas semanales de Eduardo Osborne Bores, haya decidido extraerlas de la vida efímera que las justificó en una primera instancia, para hacerlas de nuevo más perdurables, convertidas en un libro: Estación de cercanías. Abrigado, además, con prólogo de Luis Sánchez-Moliní, tan admirable por el retrato del autor como perpicaz al analizar la función social de sus columnas.
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