La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los riesgos de la Feria de 2025
Matanza en la Décima Avenida" de Richard Rodgers y empezaban las historias de terror e intriga de Relatos en la noche. Sonaba la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak y empezaba el Ustedes son formidables de Alberto Oliveras. Sonaba la canción del anuncio del Cola-Cao y empezaba Matilde, Perico y Periquín. Se oía el silbido y la voz de Pepe Iglesias cantando "Yo soy El Zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos" y empezaba el show de la abuelita o el Finado Fernández del que nunca más se supo. Sonaba "La canción más dulce, la que llega al alma, y la que llena de alegriaaaaa" y empezaba Discomanía de Raúl Matas. Sonaba -si no recuerdo mal- España de Chabrier y empezaba Vida de espectáculos. Dirigía el maestro Cisneros, cantaba Lilian de Celis y renacían Aquellos tiempos del cuplé. Sonaba Centeno cantando Silencio pueblo cristiano y era Cuaresma. Sonaba Sevilla o Triana de Albéniz, no lo recuerdo bien, y exponía don Santiago Montoto su clase magistral Sevilla en la historia y la leyenda. Agustín Embuena, mi querido, recordado y admirado Agustín Embuena, era el Mago Tranlarán y después el alma surreal -con Emilio Segura y Mariló Naval- de Al compás del trabajo; Manolo Méndez era el tío sevillista y Pepe Da Rosa el sobrino bético de los dialoguillos escritos por Juan Tribuna; la voz envolvente de Ángel Álvarez -para mí el rey de la música en la radio- traía en Vuelo 605 los mejores discos de crooners y de jazz que sus viajes como radiotelegrafista de Iberia le permitían comprar en Estados Unidos. Y con ellos Manolo Bará, Filiberto Mira, mi siempre recordada Marisa Carrillo, Rafael Santisteban, Angelita Granja, Maricarmen de las Casas, Manolo Durán y tantos, tantos otros.
Desde entonces, hace 60 o más años, hasta hoy, la radio forma parte de mi vida con su presencia gatuna que acompaña sin exigir nada y dejando hacer. Oyendo la radio cosía y hacía punto mi madre, oyendo la radio estudiaba yo y trabajo ahora. En mis estudios entonces y en mi trabajo ahora la radio es un antídoto vital contra la pedantería, un seguro de cotidianidad, una alarma contra excesivas abstracciones, que da al cuarto de trabajo un aire acogedor de taller de relojero o de encuadernador, como si con su presencia se cumpliera el "todo estudio de la Torá debe ir acompañado de una ocupación material" de los judíos o el "ora et labora" benedictino.
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