La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El giraldillo en la niebla

El casi invisible Giraldillo parecía un vigía subido a la cofa del palo mayor almohade de una gigantesca nave gótica

En las primeras horas de la mañana el casi invisible Giraldillo parecía un vigía subido a la cofa del palo mayor almohade de una gigantesca nave gótica. Si hiciera las señales acústicas prescritas para dar a conocer su presencia en la niebla sonarían a los últimos compases de Virgen del Valle. Casi ocultando su remate renacentista, la niebla devolvía al palo mayor con forma de torre su pureza almohade. Bajo el Giraldillo, vigía apenas intuido, la ciudad parecía un mar callado y quieto, como si la niebla ralentizara el movimiento y apagara el sonido, del que sobresalieran islas y arrecifes con forma de cúpulas y torres. Tenían la nave gótica, su palo mayor almohade y el vigía subido a su cofa el aire de los barcos fantasmas de los relatos de William Hope Hodgson. En una mañana así todo es posible porque los cielos grises y la niebla alientan la imaginación. Por eso los mejores relatos de fantasmas han nacido entre brumas, lejos de las tierras bañadas por el sol.

Algo infantil sobrevive en la sorpresa y el disfrute que estas mañanas de niebla procuran. Y es importante. Si Chesterton escribió que la mediocridad es ver pasar la excelencia y no reconocerla, la vejez es ver una mañana de niebla sin sorprenderse, sin disfrutar de las nuevas visiones de la ciudad que ofrece. Y no porque sean tan raras en este sur del sur del Europa. También lo que entre nosotros es frecuente debería maravillarnos: una mañana clara de primavera cortando limpiamente los perfiles, una dorada luz poniente de marzo reflejándose en los azulejos de las torres, el tibio olor a incienso y azahar de una noche de finales de marzo o principios de abril con tacto de terciopelo, la bravía desolación de las avenidas y el umbrío refugio de las calles estrechas en las primeras horas de una tarde de julio o agosto.

No se debe pasar ante los dones de la cotidianidad sin asombrarse y disfrutarlos. “También aquí están presentes los dioses” dijo Heráclito a unos admiradores forasteros que se decepcionaron al ver al gran hombre calentándose junto a un horno. “Esperaban algo extraordinario y se topan con algo cotidiano. No son capaces de advertir lo que oportunamente les indica Heráclito: que en esa proximidad cotidiana anida también lo más admirable”, escribe Josep María Esquirol en el capítulo Elogio de la cotidianidad de su muy recomendable La resistencia íntima (Acantilado). Tomen nota.

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