La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de fundar un colegio con éxito en Sevilla
NADIE duda de que Pedro Sánchez intenta comprar la voluntad de los independentistas con concesiones y privilegios como una financiación a la carta para Cataluña. Tras prometer que reconocerá la singularidad de Cataluña, lo que se ignora es si sólo persigue mantenerse en el poder, investir a Salvador Illa o ambas cosas a la vez. Como es natural, todos los territorios presumen de su singularidad y Andalucía la primera. Pero a María Jesús Montero, en su día la dirigente más comprometida contra la infrafinanciación andaluza, hoy le toca amparar lo indefendible. Quien reclamó a Rajoy más dinero y menos desigualdad, ahora parece renegar de este principio en busca de una fórmula singular para que Cataluña reciba más fondos sólo porque recauda más, lo que en la práctica implicaría un paso atrás en la redistribución de la riqueza que consagra la Constitución. Seguro que está de los nervios porque sabe que tampoco convencerá con estas prebendas a los separatistas, que pretenden recaudar todos sus tributos y a lo sumo entregarle al Estado un cupo similar al vasco.
No sólo Juanma Moreno ha denunciado la “traición” del PSOE. Los barones socialistas han garantizado que no lo consentirán, pero su problema es que carecen de credibilidad. Cuando Felipe y Guerra lideraban el PSOE, se visualizaba claramente que había distintas voces, corrientes y modos de ver un partido que conectaba con todo el país. Ahora sólo existe obediencia debida a Sánchez, un líder casi totémico con ciertos tics preocupantes. Javier Lambán y García-Page a veces exhiben su disidencia, pero sus delegaciones territoriales siempre apoyan con su voto a Sánchez. A lo sumo, lo que plantean es una disidencia retórica, porque nadie se mueve sin que lo diga el jefe. Muchos de sus dirigentes denuncian por lo bajini que el PSOE camina hacia el cesarismo, frente a la formación de antaño, donde cabían partidos muy fuertes como el PSOE andaluz o el PSC. Incluso este último ha sido engullido por el liderazgo de Sánchez. El PSC de Obiols y el de Maragall, en cambio, intentaban solaparse con el nacionalismo yendo siempre más allá. Pero su discurso ha sido ampliamente superado por Sánchez y hasta Illa va a su rebufo, porque cualquier reivindicación suya en la línea separatista ya la ha anunciado Sánchez. Que ni siquiera en el PSC haya una voz distinta no sucedió jamás. Siempre exhibió su propio espíritu, que había que embridar y a veces no era fácil. Ahora Iceta o Illa parecen corderitos y con ellos los demás. Es cierto que el escenario es otro y muy complicado. Pero no queda tan lejos aquel PSOE andaluz ni aquella Montero que luchaban por una financiación autonómica justa que garantice los mismos servicios para todos con independencia de donde vivan. Ahora parecería mentira que alguien dijera estas verdades como puños.
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