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En guerra

Todo suena a una campaña electoral permanente que vivimos en España

Una guerra permanente, continua, endémica, que dure para siempre, es el cuadro apocalíptico deseado por los que viven y se benefician de ella, a costa de lo que sea necesario, sin pensar en las consecuencias. Como la Madre Coraje que describió Brecht en su obra teatral. Un personaje que arrastraba su carromato detrás de los ejércitos en la Guerra de los Treinta Años, porque para ella la paz significaba la ruina. En las últimas décadas hemos visto conflictos que se eternizan, como las guerras de religión y petróleo en Oriente Próximo; la que libran Irán y Arabia en suelo yemení, la eterna guerra en Afganistán, que sólo favorece a los talibanes, herederos de los feudales señores de la guerra. O en Iraq, cuyas ciudades históricas y yacimientos arqueológicos han sido dañados en una magnitud que desconocemos, tras los bombardeos y batallas cerca de las ruinas de Nínive y Babilonia o de las primitivas ciudades de Ur y Uruk. Como la lucha entre Palestina e Israel. Como en el Líbano, con la práctica destrucción de Beirut, o en Siria, con la majestuosa Alepo como campo de batalla. Y la eterna lucha de los kurdos frente a Turquía. Y los genocidios sucesivos en África central desde Katanga a nuestros días. Y la guerra santa que utiliza como coartada el llamado Estado Islámico, que una y otra vez trata de llevar el horror a nuestras ciudades.

La contraimagen son las interminables filas de refugiados a lugares que cada vez se parecen más a campos de exterminio por inanición. Método que ya utilizó la Italia de Mussolini en la ocupación de Cirenaica en Libia. Los llamados eufemísticamente desplazados llaman a las puertas de Europa, en ocasiones cruzando países que fueron arrasados en las guerras de los Balcanes. Como las caravanas de centroamericanos que llaman a las puertas de Estados Unidos, azotados por la miseria, los narcos y las catástrofes naturales. Se levantan muros en Jerusalén y en las fronteras estadounidenses con México. Lo que nos lleva inevitablemente a pensar en el asalto al Capitolio de Washington por los partidarios de Trump y sus palabras de despedida, después de no aceptar la derrota electoral y no asumir su condición de ex presidente en el traspaso de poderes. "No será un largo adiós, nos veremos pronto", gritó al pie de la escalerilla del avión que lo llevaba a su mansión en Florida.

Todo esto suena a una campaña electoral permanente como la que parece que vivimos en España. Y me pregunto: ¿A quién beneficia ese derroche de recursos y antagonismos? Desde luego, no a todos los que tienen que resolver su problema cotidiano de sobrevivir, ellos y sus familias. Porque para terminar de dibujar el paisaje apocalíptico, estos conflictos bélicos, electorales y crisis humanitarias, entre ruinas e inundaciones, suceden en medio de una pandemia mundial. Y algunas veces los responsables públicos utilizan la maldita metáfora: "La guerra contra el virus la vamos a ganar". Y si no pasa. ¿Y si seguimos para siempre en guerra, en todas las guerras?

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