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TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ

Doctor en Biología

La hacienda Santa Ana y sus árboles

Esta hacienda de Tomares ofrece un buen ramillete de árboles que hermosean muros centenarios

En el Aljarafe sevillano, la altiplanicie con dólmenes prehistóricos de más de cinco mil años, en la cual los fenicios se asentaron en el siglo IX a. de C. y constituyeron un núcleo urbano que fundaría décadas más tarde la primitiva Spal, la actual Sevilla, surgieron a lo largo de los siglos villae romanas, alquerías musulmanas y haciendas cristianas que englobarían extensiones de olivares y viñedos como centros vertebradores de su larga historia.

En la primera mitad del siglo XVII, Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor -valido de Felipe IV- ordenó construir en su reciente señorío de Tomares, cuando aún poseía poder sobre el destino de las Españas, una hacienda con amplias dependencias para usos de cultivo y explotación de los amplios terrenos patrimoniales, así como un espléndido caserío para su propio disfrute. Recientemente, un prestigioso estudio arquitectónico dirigió una profunda rehabilitación del edificio a través de un proyecto de intención innovadora; se respetaron algunos artesonados, entramados de madera y cubiertas de tejas árabes, añadiendo espacios de nuevo diseño.

"Si se pidiese leche de pájaro/ se encontraría en Sevilla./ ¿Y qué diríamos de su gran río,/ sus jardines, sus viñedos y olivares?/ Sevilla es una novia/ cuyo esposo es Abbad:/ El Aljarafe es su corona,/ y su río por collar" (Poema andalusí, siglo XI)).

Los remozados "Jardines del Conde" y patios de la Hacienda brindan un buen ramillete de árboles que hermosean los muros centenarios de este conjunto rústico-palaciego de raíz barroca, sede del Ayuntamiento de Tomares. En ellos, crecen ejemplares arbóreos singulares: un almez centenario preside el terreno ajardinado y recuerda su importancia en épocas pasadas para la elaboración de aperos de labranza, como horcas, palas o rastrillos; un magnífico laurel de Indias, que expone su frondosidad y verdor perpetuo al igual que en emblemáticas plazas sevillanas; dos jóvenes ginkgos, fósiles vivientes de los bosques del mesozoico, presentes también en parques y jardines hispalenses; un añoso y bello álamo blanco; o un majestuoso ficus de hoja ancha tras la portada original barroca. Asimismo, se pueden contemplar dos especímenes de zelkova japonesa, una esbelta casuarina, fresnos, cipreses, palmeras, pinos, naranjos...

Es inexcusable proteger los campos, jardines y parques, manteniendo la memoria del pasado y atendiendo a los árboles dignamente para agradecer lo recibido, pues son reductos de aquellas selvas ancestrales que posibilitaron el desarrollo del hombre sobre la Tierra al ofrecer oxígeno, frutos, madera, cobijo, sustancias medicinales y una historia milenaria como símbolo de eternidad.

"Canta en la noche, canta en la mañana,/ ruiseñor, en el bosque tus amores;/ canta, que llorará cuando tú llores/.../ Los ecos sonarán del bosque umbrío;/ y vertiendo dulcísimo desmayo/ cual bálsamo suave en mis pesares,/ endulzará tu acento el llanto mío"(José de Espronceda).

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