La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La higiene de las mascarillas

Hay quienes nunca han lavado la mascarilla desde que empezó la pandemia por mucho que cueste creerlo

La higiene que hemos ganado al no darnos la paz en misa, no compartir platos en los restaurantes y mantener la distancia en las conversaciones no es todavía como para relajarse. Los cochinos siguen existiendo y no precisamente en las granjas y en los campos. Hay algunos que no lavan la mascarilla desde el año pasado. Hagan un seguimiento y ya verán. Conozco un tipo que se llevó meses con una mancha de tinto perfectamente visible. Claro, era tela blanca y se notaba todo. Otros usan mascarillas quirúrgicas con las cuerdas ya despeluchadas. Si no llevan el coronavirus, Dios no lo quiera, deben llevar otro tipo de microbios. Algunos se han creído literalmente lo de la duración de las mascarillas como cuando el desodorante informa que tiene un efecto de 48 horas. ¡Qué horror!

Hay un caso en que la mascarilla es digna de ser llevada al Instituto Andaluz de Patrimonio para su restauración y conservación. La usa un señor que no para de pasear por el centro, se la pone de barbuquejo en el bar, se la sube, se la baja, se la quita y la coloca encima de la barra. Presenta unas manchas que es mejor no investigar. En Capitanía me enseñaron a colocar la mascarilla en un cordón como el que se emplea para las gafas y así evitar el contacto con superficies. No es mala idea. Hay quienes las prefieren siempre negras, porque así se disimula la suciedad. Sería una mascarilla sufridita, como se suele decir.

Lo peor es que hay gente a la que le hablas y como no te oyen bien, se acercan y te ofrecen un primer plano de mascarillas absolutamente churretosas, un espectáculo si se mezcla con gafas bañadas en vaho que delatan los lamparones en los cristales. Si así tienen el trapo que se ponen nada menos que en la boca, mejor no pensar en otras cosas. Oiga, que la mascarilla hay que lavarla o renovarla directamente, que ahí se tose y se estornuda, y se la pone uno después de tomar café o de comer. Algunas mascarillas tienen más porquería que el altillo de la trastienda de una caseta de Feria. Yo me quedo con esas personas que llevan una funda expresamente para la mascarilla, esos restaurantes donde te facilitan una para que no la pongas sobre el mantel y, por supuesto, con nuestro señor arzobispo, que la coloca discretamente en el interior de una manga. Tengan cuidado ahí fuera con algunas mascarillas porque son como los guantes, que si no se lavan son hasta peores. Las riadas te dejaban la ciudad con fango y mal olor. La pandemia trae otros efectos en la vida cotidiana. La mascarilla ni mucho menos es sinónimo de limpieza. Ténganlo presente.

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