La importancia de Carlos Molina Lamothe

29 de julio 2025 - 03:07

Con el tiempo uno comprende que lo verdaderamente importante es siempre útil. También que más vale una acción buena, por mínima que parezca, que millones de pensamientos oficialmente benignos. Contra lo que se suele decir, tiene más grandeza el que da una limosna y una palabra amable al mendigo de su barrio que el que se dedica a tiempo completo a proclamar monsergas contra la injusticia universal, mientras es incapaz de ayudar a paliar los pequeños o grandes problemas de sus vecinos más inmediatos.

A Carlos Molina Lamothe yo le debía mucho. Fue la primera persona que confió en mí profesionalmente, cuando lo único que tenía era la blanca de la mili y un título de licenciado en Historia, algo que apenas me daba ventajas en el darwinista mercado de trabajo de la crisis post-Expo. Entonces él era un joven productor de éxito lleno de energía e ideas, uno de aquellos pioneros que impulsaron el nacimiento de una nueva industria audiovisual en Andalucía. Conservaba algo de ese espíritu cuando, muchos años después, me lo seguía encontrando en los foros Joly o por alguna calle de El Porvenir. Siempre sonriente, incluso en los momentos más amargos en los que era marginado de la gran tarta de Canal Sur por los “hunos y los hotros”.

En sus años mozos había sido un buen jinete, de los que viajaban compartiendo vagón con su caballo para participar en concursos hípicos en distintos puntos de España. Al fin y al cabo, su apellido estaba muy vinculado al arma de Caballería y a la que durante décadas fue la tienda de referencia para este deporte en Sevilla, Arcab.

Carlos Molina fue una persona útil. Es decir, importante. Principalmente por ser eso que hoy llaman un emprendedor y fundar la productora Savitel Media, una escuela para una nueva generación de profesionales andaluces. Después, por su condición de cronista de El Porvenir. A través de sus publicaciones en Facebook nos fue enseñando a muchos habitantes del barrio la historia gráfica del lugar donde vivíamos, una novela en blanco y negro que tenía mucho de bolero nostálgico. En cierta ocasión, harto de ver un alcorque vacío y lleno de basura en la confluencia de las calles Exposición y San Salvador, decidió limpiarlo y plantar un cocotero, con la consiguiente filípica del Ayuntamiento, que finalmente comprendió el gesto e indultó al árbol. Ese cocotero se alza hoy como recuerdo de su paso por el mundo y de las cosas que, pese a su aparente nimiedad, son verdaderamente útiles e importantes. No hay mejor monumento a su memoria. Descanse en paz.

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