
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Los Monos, “de lujo”
Todavía las hermandades sevillanas no están encargando palios y mantos en los talleres de Pakistán y Bangladesh. Las asociaciones de Arte Sacro de Andalucía (que engloba a las de Sevilla, Cádiz, Málaga y Córdoba) han emitido un comunicado conjunto para alertar sobre los encargos de piezas cofradieras, especialmente de bordados, a talleres de esos países, que trabajan en otras condiciones laborales, con productos de mala calidad, y venden a bajo precio. La tentación para las hermandades pobres es evidente. Aunque la principal clientela paquistaní probablemente procede de asociaciones piratas (o simpapeles), que no suelen prodigar la exquisitez. Ni en la imaginería, ni en las artes del bordado y la orfebrería.
Pasar del taller de Juan Manuel Rodríguez Ojeda a los talleres de Pakistán y Bangladesh revelaría una decadencia de los tiempos. Aunque los testimonios históricos nos dicen que algunas teorías pertenecen más a las leyendas que a la realidad. Y precisamente Juan Manuel Rodríguez Ojeda es un claro ejemplo. Las cofradías de principios del siglo XX eran pobrecitas, con mínimas excepciones más boyantes (como el Gran Poder y el Silencio, entre otras), y las pasaban canutas para pagar sus encargos artísticos, que solían donar benefactores o hermanos ricos. Y también cofrades pobres, que incluso se arruinaban con su patrimonio personal para que la Virgen de su cofradía no tuviera nada que envidiar a las más ricas.
En los tiempos de Juan Manuel vivió también Manuel Chaves Nogales. En un conocido reportaje, que publicó en Ahora en 1935, y que está recogido en el libro Semana Santa en Sevilla (Almuzara, 2013), le dedica un capítulo a Juan Manuel, el bordador. Algunas cantidades, como las que menciona del manto antiguo de la Amargura (vendido para la Virgen del Desconsuelo, de Jerez de la Frontera), no coinciden con las cifras que se conocen. Pero dice que Juan Manuel, cuando le encargaban un manto, presentaba un presupuesto, y que al final “salía siempre por el doble”, pero las hermandades no le pagaban ni la mitad, y a veces ni la cuarta parte. La diferencia se la ofrecieron en misas cuando se murió.
Los talleres sevillanos de bordados ahora no son como los paquistaníes. Pero, en los tiempos de esplendor, Juan Manuel Rodríguez Ojeda empleó a muchas mujeres, que bordaban durante más de 10 horas al día. Así fueron confeccionados muchos mantos y palios de merecida fama. Juan Manuel pagaba a las bordadoras los jornales estipulados. Los sindicatos vigilaban.
Como podemos ver, aparte de que los paquistaníes no sean capaces de bordar el manto camaronero, ni el de tisú verde tampoco, a Juan Manuel Rodríguez Ojeda se le debe mucho todavía. Era un gran cofrade, y en Sevilla bien que se ha notado.
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