César romero

Escritor

El lado Dean Martin

Hasta hace unos años Sevilla se comportaba con el turismo como un Dean Martin cualquiera

Aveces los señores de mediana edad no necesitan copas de balón ni aplicaciones de búsqueda de relaciones para entretenerse. Les basta con mirar cosas en Youtube. Por ejemplo viejas actuaciones de cantantes que se hubieran pegado un tiro antes que hacer play-back y suenan en directo aún mejor que en disco. Viendo al incombustible Tom Jones salta un enlace que lleva a una de las primeras grabaciones televisivas de Frank Sinatra con Dean Martin. Están sentados, ambos fuman mientras cantan. Dean Martin interrumpe a Sinatra y va como respondiendo a la letra de las canciones. Se han repartido los papeles: uno es el cantante de fama, la Voz, con mayúscula; otro, un showman, con minúscula. Uno es un perfeccionista obsesionado con su carrera, con cantar mejor que nadie. Basta con observar su dicción mientras canta y oírlo hablar para discernir cuán en serio se toma su profesión. Otro parece que está allí para pasárselo bien, que le importa un comino su devenir. Pero cuando empieza a cantar nada tiene que envidiarle. Al contrario: Martin entona con la misma naturalidad con la que luce su pelo vigoroso, ese pelo que Sinatra, que tenía repartidos por sus distintas casas unos 60 peluquines, debió de envidiar hasta el final (en silencio, porque alguien de su cariz jamás concedería una envidia). Es la misma naturalidad con la que viste el smoking (en inglés, por favor, que españolizado suena a herramienta de zapatero, como el whisky sabe a té si lo escribimos según la RAE). Sinatra también lo lleva con soltura pero se ve que siempre actúa. Martin, no. Dean Martin, como Cary Grant, parece que nació con el smoking puesto, tiene la rara elegancia de los elegidos, algo con lo que se nace y no se aprende ni se hereda por cuna (ambos eran de familias pobres) sino que se tiene y se usa, por algo es un don, sin subrayarlo ni darle importancia. Sinatra es de esos artistas que parecen enfatizar, subrayar cuanto tocan. Dean Martin, no. Apenas roza, se quita protagonismo, aunque deja huella, tiene estilo.

Hasta hace unos años Sevilla se comportaba con el turismo como un Dean Martin cualquiera. No atendía a su potencial, parecía importarle poco el cuidado de esa fuente de ingresos. Y aun así, los forasteros no dejaban de venir, algunos incluso volvían. Ahora parece que la ciudad ha descubierto su lado Sinatra: se sabe una joya para el turismo. Tanto que hasta se ven colas en la puerta del Museo de Bellas Artes, ese ilustre desconocido durante décadas. Quizá sea beneficioso económicamente que haya tomado conciencia de su valor (de su valía siempre la tuvo, aunque sin énfasis), pero uno sigue teniendo la impresión de que el lado Dean Martin era mucho más atractivo y acogedor y vivible, que su flequillo rebelde es más natural que el bisoñé artificial que se ha extendido por la vieja ciudad.

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