Lloremos una nueva tragedia

Hay un afán desmedido por maquillar el concepto de la obligación y multiplicar los derechos

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El colegio Las Irlandesas de Loreto.
El colegio Las Irlandesas de Loreto. / Agencias

21 de octubre 2025 - 04:00

La tarea de educar exige una suerte de enfrentamiento que el sistema lleva años tratando de maquillar, endulzar y suavizar. Educar exige decir que no, combinar el ejercicio de la autoridad con la ternura, hacer de malo de la película, sentirse solo en muchas ocasiones y tener ideas claras sobre lo que se debe hacer pese a no ser entendido e incluso sufrir una fuerte oposición. La educación se imparte en casa, pero la inercia a dejarlo todo en manos de los colegios es más que evidente y, por supuesto, poco recomendable. Estudiar no es divertido, asumir las tareas de hogar no es divertido, ir a misa no es divertido, ¿pero por qué unos y otros llevan años tratando de rebajar la importancia del cumplimiento de la obligación o del compromiso? El cultivo de la memoria es fundamental, hincar codos para estudiar es un hábito imprescindible antes o después, tratar a los adultos con respeto es hoy una marca de distinción. Pero todo se empezó a venir abajo cuando los profesores fueron orillados, despreciados, igualados a los pupilos y desprotegidos en caso de problemas. Incluso muchos docentes cometieron el error de ejercer de colegas de los discípulos. La autoridad desapareció de las aulas, muchos padres prefirieron vivir sin mirar la realidad y aprovechar para hacer relaciones sociales con los otros padres. Los espacios se continuaron confundiendo en función de la denominada socialización, pues todo se divide simple e interesadamente en bueno o malo. Y la experiencia enseña que nada es sencillo, ni por supuesto es siempre divertido.

En tiempos la tarea más difícil de unos padres era asumir que su hijo tuviera vocación de sacerdote o quisiera ser artista, por poner solo dos ejemplos. Ahora el desafío es aceptar que en casa puede estar el acosador. Pero nadie avisa porque nadie quiere asumir ese papel en un sistema atrofiado. El político, porque huye de las malas noticias. El colegio, porque pospone, aplaza y dilata un proceso en el que se sabe en una posición frágil. Los padres, porque muchos parten de la negación de la realidad y hasta han alimentado monstruos con mensajes sobre la ferocidad en la competición y el egoísmo desmedido como vías para el éxito. Del barro del desprestigio del profesor, el lodo de tantos problemas de convivencia. De tanto disimular el concepto de la obligación, el efecto de la creación de una cultura basada en la multiplicación de los derechos. España es un país de pendulazos. Hay que tener muchísima vocación para ser profesor y enfrentarse hoy a una clase en la que, en caso de incidencia, los padres se pondrán del lado de los alumnos. Demasiados años llevamos confundiendo memoria, autoridad e igualdad con memorieta, autoritarismo e igualitarismo. Todo es triste. Y ahora, además, es trágico.

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