Durante el puente último, el del Pilar, y con la agenda lúdico cultural bien repleta, las calles de Sevilla han sido ríos de gente camino de no se sabe dónde. Toros en la plaza, procesiones en las calles, barras sin un solo hueco, reservas imposibles en el restaurante habitual, una bulla detrás de otra y todo amenizado con la banda sonora de las ruedas de la maleta rodante. Vaya usted por donde vaya y sin que haga falta puente ni festivo alguno, la música que acompaña esta apoteosis de vida es la de las maletas rodantes de turistas de todas las edades que llegan al conjuro de esta ciudad y de sus encantos. Para que no le faltase un perejil a esta desmesura, la llegada de hooligans poniendo la nota negra. Y también, en la anochecida del viernes, una peste a estiércol inundó los aires sevillanos para que Sevilla no sólo tuviese un color, sino también un olor especial.