La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
Sobre la marcha, y con el cierre pisándonos los talones, se nos ocurren dos grandes marqueses del humor hispano más reciente: los de Leguineche y Sotoancho. El primero, uno de los principales protagonistas de aquel gran plano secuencia que fue la Trilogía Nacional, dirigida por Luis García Berlanga, no se entendería sin el genio de Rafael Azcona y, sobre todo, sin la interpretación de Luis Escobar (él mismo marqués de las Marismas en la triste realidad). Tanta era la identificación que hacía el público del personaje con el actor, que la que iba a ser la última parte de estos episodios nacionales en clave satírica, ¡Viva Rusia!, no pasó al celuloide debido al fallecimiento de Escobar (eso sí, podemos leer su hilarante guion gracias a su publicación por la editorial Pepitas de Calabaza).
El segundo marqués del que hablábamos, el de Sotoancho, nacido de la pluma de Alfonso de Ussía, es uno de los personajes más jocosos y entrañables de la literatura parida en los periódicos. Hijo predilecto del gran humor literario del siglo XX (Woodhouse, Neville, Poncela...), Ussía consigue hacer con el marqués de Sotoancho un homenaje y reproche a su propia clase social, convirtiendo en divertidos algunos de sus defectos más irritantes: el esnobismo, el desahogo, la banalidad, el complejo de superioridad... Es difícil leer las aventuras de Sotoancho en la Jaralera sin terminar adorándolo. Lo comprendimos hace años, cuando conocimos a uno de sus principales admiradores, un brillantísimo periodista extremeño, hijo de jornaleros que estudió la carrera con las becas del felipismo, cuyas carcajadas cuando leía alguno de los desaguisados de Sotoancho sonaban por toda la redacción. Quizás eran otros tiempos y nadie se dedicaba, como en los actuales, a fomentar el resentimiento o el odio social.
La Comunidad de Madrid acaba de darle su premio literario a Ussía por “fomentar la defensa de la libertad”. No dudamos de que lo haya hecho, pero nosotros se lo hubiésemos dado más bien por “fomentar el descojone nacional”. Es más, aprovechamos esta privilegiada atalaya mora para suplicar a SM el rey Felipe VI (que Dios guarde) que en la próxima andanada de títulos del reino conceda el marquesado de Sotoancho a don Alfonso Ussía. Nadie lo llevaría con más autoirónica galanura, porque un marquesado que no se porta con desapego es como una boina negra que se encasqueta hasta los ojos. Es decir, una prueba indudable de que su dueño es un animal de bellota, independientemente de sus blasones.
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